4 Lu

584 96 34
                                    

—¿Qué estás haciendo aquí?

Lo dije con furia, con ira, con odio. No quería ver a nadie. Mucho menos a ella que sería a la última persona a la que habría nombrado si alguien me hubiera obligado a elegir compañía.

—Lucia, yo... he venido a....

—¿Por qué tienes llaves?

Quería acusarla de cualquier cosa. Allanadora de moradas me parecía una opción válida.

—Nunca le devolví a... a Valentina las mías. Y tenía... que recoger algunas cosas. Y... comprobar que esté todo bien en la casa.

Titubeaba. Titubeaba al decirme que quería recoger sus cosas del único lugar en el que aún quedaba algo del recuerdo de su matrimonio con mi hija. No había titubeado ocho meses antes al cerrar la puerta para no volver y robarle la sonrisa a la chica más alegre de todo DF.

—¡Lárgate de aquí!

Se lo grité porque no pude escupírselo. Porque no pude convertir las palabras en puñales y arrojárselos.

—Yo..... ¿puedo recoger mis cosas antes de irme?

No se atrevía a levantar la mirada. Y yo quería ensañarme. Quería hacerle daño. Quería gritarle. Quería repetirle todas las cosas que le había dicho la tarde del funeral, aquel día en que sentía que las gotas de lluvia que caían en el cementerio, eran aceite hirviendo que me arrancaba la piel. Que ella la había destrozado. Que la había roto. Que la había matado.

—Haz lo que te venga en gana.

Escuché que se perdía escaleras arriba y reconocí cada sonido con el que la casa me hablaba. Aunque hiciera treinta y cinco años que no vivía en ella y apenas volvíamos de visita. Aquella casa era el orgullo de mis padres y el refugio favorito de mi hija, pero yo siempre había preferido el bullicio del DF a la tranquilidad de la montaña. Y aun así la conocía. Sabía que Juliana estaba abriendo el gran armario de madera de la habitación principal, que se acercó a la ventana a comprobar que estuviera bien cerrada y que entró en el otro dormitorio, porque ellas venían mucho y tenían muchas cosas en la casa. Y también supe cuándo pisaba el primer peldaño de las escaleras de madera y empezaba a descender hacia la planta baja.

Me acomodé en mi manta, dispuesta a ni siquiera mirarla cuando saliera por la puerta, enfilando el camino de regreso a aquella nueva vida en la que mi hija ya no había tenido cabida, pero un estremecimiento me traicionó. Podría haber dicho que lo provocó la tensión del momento. O el recuerdo de todo lo que Juliana y yo habíamos compartido desde que era apenas una niña que miraba a Valentina con adoración. Pero no era eso. Yo había recubierto mis sentimientos hacia ella de piedra ocho meses antes, cuando se había ido. Y la verdadera razón de que me estremeciera era que la temperatura exterior era casi bajo cero y la chimenea que tenía encendida al mínimo apenas me calentaba.

—Lucia, yo....—La miré.... —¿Quieres que te deje la chimenea encendida?

No, no, no. No quería su amabilidad. No quería siquiera recordar que ella siempre había sido así. Amable, servicial, preocupada por los demás. Por la gente a la que quería. Yo no deseaba ya formar parte de ese grupo; que quisiera a sus padres, que habría sido lo natural desde el primer día.

—No hace falta. ....—Tragué cristales... —Gracias.

—Hace mucho frío aquí. ...—No se movía. Seguía de pie, como congelada, aunque sospeché que más por mi actitud que por la temperatura ambiente, que no podía negarle que era gélida.. —En unas horas será peor.

—Tengo más leña y calefacción en los cuartos, gracias.

—¿Surtiste leña?

—¿Qué?

—Lucia...—Tomó aire y supe que estaba a punto de decir algo que dolería; hasta ese punto había llegado a conocerla... —No me voy tranquila si no dejo esto un poco más caliente. La noche va a ser muy fría.

—Haz lo que te dé la puta gana.

Casi me pareció ver aparecer a mi padre por detrás de mí para darme una sape en la cabeza, bien merecido; nunca había soportado que fuera tan malhablada. Me di la vuelta en el sillón, en una posición inverosímil, porque no quería verla. No quería que estuviera encendiendo una chimenea que llevaba allí desde que mis bisabuelos habitaban la casa ni que conociera el truco... —Que yo había olvidado.. —Preferí apoyar la mejilla en el respaldo y cerrar los ojos.

.

.

.

.

Si te gustó le das una estrellita

🌟

O puedes comentar y hacemos charla

💭

@guapachot en Twitter e Instagram

Después de Valle (Terminada)Where stories live. Discover now