13 Juls

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Me temblaban las manos al marcar su número y no podía achacarlo al frío. Si algo había descubierto en los últimos ocho meses era que la culpabilidad es una carretera de doble sentido. Durante muchos días, me había sentido culpable por vivir con Valentina mientras empezaba a albergar sentimientos por otra persona; en los últimos tiempos, por estar ya rotundamente enamorada, y no de ella. Me sentía culpable hacia ella. Y era horrible.

Pero desde que me había marchado de casa y había apostado toda mi vida a lo que estaba por venir, la culpabilidad se había duplicado. Seguía sintiéndome fatal cuando pensaba en su dolor, en lo mal que lo estaría pasando, en el desastre vital que yo había provocado. Pero también me sentía fatal en mi nueva vida. Porque sabía que alguien me esperaba, que había apostado también por mí, que me quería y que tenía todo el derecho del mundo a vivir los comienzos de una relación con la ilusión de esos primeros tiempos. Y yo no se lo daba. Porque ya ni era yo, y desde que Valentina se había muerto, me había perdido del todo.

Su voz me sobresaltó antes de que sonara el primer tono de llamada y, a pesar de los miedos, la culpabilidad y la bronca que imaginaba que se me avecinaba, me reconfortó. Me calentó por dentro. Me recordó por qué me había enamorado. Cuánto sentía estar viva.

—Juliana, ¿dónde chingados estás?

—¡Lo siento! ... —dije rápido, por si se le ocurría colgarme antes de escucharlo.... —Estoy atrapada en medio de un deslave, con un poquito de cobertura.

—¿Estás en el pueblo de Valentina?

—Sí. Vine ayer a recoger las cosas y, me agarró la tormenta.

—Pero ¿estás bien?

—Si! Estoy bien, estoy bien. Siento muchísimo haberte preocupado.

—¡Fuck! Pasé toda la noche en vela esperando noticias, y mejor ni te cuento lo que pensaba cuando amaneció.

—Ya lo sé. En la casa no hay cobertura, tuve que bajar caminando hasta la carretera.

—Queee!!! ¿No estás de regreso?

—No... Yo... —Cogí aire para atreverme a explicarle lo que había ocurrido... —Las carreteras están cortadas. Hasta el domingo no pasarán las máquinas quitando los escombros.

—¡¿Hasta el domingo?! No mames, Juliana

—Ya lo sé, ya lo sé. Lo siento muchísimo, cariño, de verdad

—Sí, claro, lo sientes un montón.. Teníamos planes para este feriado, ¿recuerdas?

—Claro que lo recuerdo. Y tengo los implementos de caballería en el auto, pero, salvo que envíes un helicóptero a rescatarme, no voy a poder salir de aquí.

—Que oportuno el destino..

—Lo sé.

—¿Puedo...? ..—Noté prudencia en su voz y me odié. Porque quería que pudiéramos vivir nuestra historia sin miedo, sin medir las palabras, sin que el duelo fuera compartido... —Puedo acercarme a Valle, quizá.

—No, no.. —Ni pensé en que las carreteras estuvieran cortadas, aunque me darían una excusa que era real. Pensaba en aquella casa, tan de Valentina, y en Lucia, no podía imaginarme una situación más inadecuada que aquella... —Igual que yo no puedo salir, nadie puede entrar.

—Ya, claro...Pero ¿estás bien? ¿Tienes comida?

—Sí, sí, aquí siempre hay provisiones. Estamos cubiertas.... —Cerré los ojos con fuerza por la metedura de pata antes de que se diera cuenta . Si hubiera tenido cerca una pared, la habría pateado, pero con la lluvia solo conseguí llenarme las botas de agua.

—¿Estamos?

—Bueno, estoy, fuck! ya me entiendes.... —Odié mentirle, pero ni sabía cómo empezar a contarle que Lucia también estaba allí y que el odio y el rencor iban a ser mis compañeros de vacaciones forzadas durante el puente.

—Sí, te entiendo. Claro que te entiendo.... —Suspiró. Quise que se enfadara más, que me gritara, que me diera una coartada para no seguir sintiéndome culpable por mentir, que me proporcionara la excusa perfecta para que mis medias verdades tuvieran una causa... —Entiendo que no avanzas, Juliana. Que sigues pensando en ella como si estuviera viva. Y sabes que siempre he empatizado con tu dolor, pero... me preocupas.

—Pues no te preocupes por nada. Está siendo duro, ya lo sabes y.. venir aquí ha sido... complicado. Pero... sabes que te quiero, ¿verdad?... —Rogué para que no lo dudara, porque esa sí era una verdad sin reservas... Te quiero mucho

—Claro que lo sé. Y yo a ti. Pero lo único que me importa ahora, Juliana... —Suspiró otra vez... —Es que vuelvas a quererte a ti misma.

—Lo sé. Lo conseguiré. Contigo... contigo lo conseguiré.

—¿Vienes el domingo, entonces?... —Cambió de tema y se lo agradecí.

—Sí, espero estar en casa a la hora de comer o a primera hora de la tarde.

—Te estaré esperando. Con muchas ganas.... —Y ahí dejé de sentir el frío, la culpa y hasta una buena parte del dolor. Y solo pensé en llegar y que nos convirtiéramos en dos cuerpos fundidos entre las sábanas. Aunque sea durmiendo.

—Se me va a hacer largo. Y duro... —Nos reímos... —Intentaré llamarte mañana, ¿ok?

—Ok. Te quiero Juls

—Un beso.

Colgué y exhalé un suspiro. Recordé todo lo bueno que había entre nosotras, todas las razones por las que me había compensado tomar la decisión más dura de mi vida. Lo que sentía cuando estábamos juntas, lo que se me había metido en el pecho cuatro años atrás, cuando nos habíamos conocido casi por casualidad, y el miedo atroz que me había asolado al darme cuenta de que me estaba enamorando. Y de que todo era distinto a los treinta de lo que había sido a los veinte, cuando Valentina se me había metido dentro porque tenía llave, no porque derribara a golpes los muros con los que me protegía. Y yo, que siempre había pensado que era la mujer  menos pasional del planeta, me descubrí deseando algo prohibido, sintiendo algo que no debía... Y a pesar de todo el dolor, de la culpabilidad y la pena, no me arrepentía. Porque podía estar asustada y triste, pero no tenía ni una sola duda de a quién quería en este momento. 

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Después de Valle (Terminada)Where stories live. Discover now