Capitulo 3: Belle River, el solecito andante.

1.9K 127 2
                                    

Belle.

- Por todos los cielos, Belle. ¿Cuándo será el día en que dejes de ir a ese lugar...? Ya te he dicho que no me gusta que vayas allí. -declaró mi madre como cada mañana de cada sábado, mientras yo tomo mis cereales con leche.

No me detengo a hablar mucho, dado que no soporto que mis cereales se vuelvan babosos.

-Y yo ya te he dicho que no pienso dejar de ir. - declaro de vuelta, regalándole una sonrisa inocente desde mi lugar.

Ella niega con una expresión de reproche. - No entiendo porque te empeñas con ir tanto allí. No es un lugar para alguien como tú, no tienes nada que hacer ahí.

Yo paso a verla con un puchero. -¿Por qué no?

-¿No es obvio? - pregunta. - Ese lugar está lleno de drogadictos, alcohólicos... Personas adictas y con serios problemas, cosas que una niña como tú no se llega ni a imaginar. No pintas nada entre ellos, una chica tan... delicada y alegre. - explicó ella, haciendo que deje mis cereales a un lado.

Ante sus palabras, no puedo evitar cruzarme de brazos con un mohín en los labios. No me gusta eso.

-No soy una niña, ya tengo dieciocho. - me defendí. - Y tú misma me estás dando la razón. Mamá, esas personas ya la tienen bastante difícil, sus propias familias le dan las espaldas y los dejan tirados, solos y sin apoyo. No son malos, solo... han tomado malas decisiones, cualquiera se equivoca y si puedo darle una mano para que empiecen desde un principio, ¿por qué no? - digo con una sonrisa nuevamente en mis labios. - Ellos no van a cambiarme, pero tal vez yo a ellos sí. Una sonrisa nunca le viene mal a nadie y también, puedo ir practicando para cuando sea doctora.

Ante mis palabras, ahora es mi madre quien acaba soltando un suspiro, completamente rendida.

- Eres demasiado ingenua. - me advierte.

Yo sonrío una vez más, haciendo que mis ojos se vuelvan pequeños con ello. Sin embargo, paso a quejarme cuando procede a despeinarme tras agregar un: "Y muy cabezota." Así era cada mañana, de cada sábado en casa, desde que había comenzado a ayudar en el centro de rehabilitación del pueblo, hacía cuatro meses.

Como futura estudiante de medicina, o un área de ella, ayudar siempre había sido una necesitad primordial para mí y cuando había tenido la oportunidad de hacerlo en el centro, no había dudado de tomar el puesto. No era un trabajo, en sí, dado que no cobraba y lo hacía por gusto propio, sin embargo, tenía mis funciones en el lugar. Ayudaba a los enfermeros en todo lo que necesitaran y no pudieran hacer por falta de personal, ayudaba en la cocina de vez en cuando y, por último, cosa que hacía no muy pocas veces, sino más bien, bastante, charlaba con los internos.

Claro que, esto último, siempre y cuando supiera que es seguro para mí.

El punto es que intentaba ayudarlos a encontrarle sentido a sus vidas, como futura psicóloga, intentaba mostrarles con lo poco que sabía, que había algo más allá de la adicción, algo por lo que vivir y luchar. Y aunque a veces fuera difícil, estaba feliz de decir, que había logrado adelantos en algunos casos. Cuando el reloj marca las siete y media de la mañana, tomo mis cosas antes de salir de casa, dejando mi hogar atrás para dirigirme al centro tras despedirme de mi madre con una sonrisa, así como un gran beso.

No voy a mentir, mi vida no era la de una chica millonaria que tiene de todo, sin embargo, desde mi punto de vista, era realmente feliz con ella. Tenía unos padres estupendos y que me querían, tenía buenos estudios, buenas notas, amigos y nunca me había faltado nada. No era una mimada, pero nunca había pasado algún trabajo. Tenía todas las cartas para ser feliz y una parte de mí, esperaba poder transmitirle dicha felicidad a aquellos que la necesitaban, como las personas de la clínica.

Una dulce adicción (#1 GEMELOS EVERETT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora