Final

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Ahora estaba viajando entre las nubes. Su pequeñita bebé descansaba en su regazo, cubierta por una cobija azul.

Varias personas le habían expresado su confusión con respecto al color de aquella manta que el omega había escogido, pues decían que el azul era para los cachorros varones y que el rosa habría sido mejor elección dado el género de Alaska. Gulf sólo respondía de la forma más educada posible que él no seguía jodidos estereotipos y que si quería una puta manta azul para su hija la tendría.

Porque el azul era mucho más significativo, porque el azul despertaba en el sensaciones de calma, de alivio, de esperanza. Y es que, además, el alfa siempre había sido su manta, su cobija, su refugio, porque envuelto entre sus brazos el frío se alejaba, la calma lo inundaba y él se acurrucaba entre la suavidad de su tacto.

El alfa era la perfecta manta azul, aquella que no supo apreciar desde el principio, aquella que el omega maltrató creyendo que no era merecedor de su acogedor calor, prefiriendo quedarse con el frío al que ya se había acostumbrado. Y aún así, maltratada y adolorida, su manta azul volvía a él para abrazarlo una vez más, para calmarlo de todo dolor, para abrigarlo y darle la sensación de que regresaba a casa.

Y el omega quería que su bebé también tuviera su propia manta azul, aquella que la hiciese sentir a gusto con la suavidad de su roce como si estuviese en una tarde tranquila en casa y no en su primer vuelo de avión. Aunque en aquel caso era literal, y no metafórico como lo era con Mew.

En fin, le gustaba el azul.

Y allí estaba, atravesando aires europeos, arribando hacia Italia solo para ver al jodidamente hermoso amor de su vida.

Los planes habían sido cambiados. Se suponía que a Mew lo trasladarían a Inglaterra en cuanto fuese posible y allí sería su reencuentro con todos, pero, debido a las ansias de Gulf, decidieron trasladarse ellos a Italia para acompañarlo en su recuperación.

Y Gulf estaba emocionado, aunque temeroso. No sabía en que condiciones se encontraba Mew ahora mismo, no sabía que tan lastimado estaba externamente. Solo sabía que apenas lo vería se echaría a llorar.

Tras aterrizar en Roma, Gulf y su bebé, junto a Win y una pequeña porción de la familia de Mew, se dirigieron en autos escoltados por guardaespaldas hacia el hotel en el que se hospedarían durante su estadía allí.

Gulf ni siquiera sintió ganas de curiosear su cuarto de hotel, ni de detenerse a contemplar los increíbles lujos de este, ni la maravillosa vista. Sólo tenía mente para Mew. Por lo que, apenas cambió el pañal de su pequeña y la alimentó, la dejó al cuidado de Win, listo para partir hacia el hospital, el cual, al parecer, no quedaba muy lejos de allí.

Fue una alegría para Gulf saber que el hospital sólo estaba a pocas cuadras, por lo que podría visitarlo sin problema cada día y regresar para estar con su hija.

La madre y Gulf ya estaban allí, a escasos minutos de ingresar a la habitación en la que se recuperaba el alfa. El corazón del omega latía desbocado, sus manos sudaban un poco por el nerviosismo, por la incertidumbre, por el desespero.

Se encontraban atravesando un corredor de ambiente frío y aséptico, escuchando las palabras de un médico que los guiaba. Pero Gulf no entendía su dialecto, mas no importó, nada importó un segundo después, cuando sus pies ya pisaban el cuarto de Mew y sus ojos vislumbraban la figura de su alfa tendido en aquella camilla, rodeado de monitores, conectado a cables y a tubos repartidos por su cuerpo.

Su corazón se oprimió al instante, y sus ojos se cristalizaron.

—Mew... —murmuró con su voz quebrada, dejando que las lágrimas resbalaran por sus mejillas mientras se acercaba con cautela.

Sūblîme Dōmînacîón ꕥ MewGūlf [Adąpt.]Where stories live. Discover now