Capítulo XIII

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13 - Camas

—De acuerdo —dijo mi padre después de carraspear.

Estábamos los cuatro sentados en la mesa del comedor, Miya frente a su madre y yo frente a mi padre, quien tenia las manos entrelazadas encima de la mesa y una expresión seria.

—Después de ver la escenita de hace unos minutos —Miré a Miya, quien también se mantenía serio, pero sus labios aún seguían rojos del beso—, esta conversación es necesaria —Nos miramos asustados—: la organización de camas.

—No quiero dormir contigo -dijimos Miya y yo a la par, mirando cada uno a su progenitor. Ambos se miraron sin saber que decir.

—Podemos dormir juntos —me señaló Miya.

—Ya hemos dormido otros dias juntos —continué.

—Cierto —afirmó mi novio.

Los dos adultos volvieron a mirarse, ahora con cara de susto.

—¡Pero no hicimos nada! ¡Somos jóvenes, aún tenemos 14! —mi padre nos miró con una ceja alzada.

—Yo tengo 30 —silencio total.

Al final los convencimos, Miya y yo dormiríamos en la cama de mi padre, él en la mía y la madre de Miya en la de invitados.

Los dos invitados empezaron a desmontar la maleta para poner la ropa en el pequeño espacio que hice en el armario de mi padre.

Ya todo listo y cenados, decidimos irnos a dormir, ya que Miya y su madre estaban cansados del viaje.

Al día siguiente tenía entreno intensivo, ya que solo faltaban dos días para iniciar la competición, así que quería dormirme pronto.

—¿De qué lado duermes? —me preguntó Miya al entrar a la habitación.

—Izquierda.

—Cosas de zurdos —dijo con mucha seriedad, la cual pronto fue sustituida por una carcajada y yo lo miré mal, intentandando reprimir una sonrisa.

—Esa a sido buena —casi me ahogo de la carcajada que estaba aguantando.

—Parece que estes llorando.

—Cállate. Que no me quiero reir —le respondí riendo.

—Ajá.

—Te has reido de los zurdos.

—Y tu de mi mierda chiste.

—Miya, 1; Maya, 0.

—¡Cállate papá!

—Buenas noches —cerró la puerta de la habitación y Miya y yo nos miramos.

—Vamos a dormir.

Nos estiramos cada uno en su lado, yo me quedé viendo por la ventana las nubes que cubrian la Luna, Miya estaba con su telefono jugando a algun videojuego.

—Miya, ya duérmete, te vas a quedar ciego —escuché como se quejaba por lo bajo.

—Perdón cariño —oí como dejaba su teléfono en la mesita de noche y se volteaba hacia mí. Entonces me di cuenta.

—Miya.

—¿Si?

—¿Cómo me has llamado? —pude imaginarme la sonrisa de autosuficiencia que debía tener en su rostro por conseguir sonrojarme.

—Buenas noches, cariño —grité internamente en cuanto sentí como me abrazaba mientras me llamaba por ese apodo.

Sintiendo su relajada respiración, dándome a saber que estaba dormido, me giré para verlo.

—Buenas noches, amor —le di un beso en la frente y me acurruqué junto a él.

Al dia siguiente, al despertarmos, bajamos a desayunar.

Al entrar a la cocina nos dimos cuenta que ellos aún no se habían despertado. Normal, eran las seis de la mañana.

—¿Qué quieres comer? —le pregunté casi murmurando por el sueño.

—Arr...

—Ni de coña. He tenido suficiente arroz por estas semanas —me giré para mirarlo.

—El arroz esta bueno.

—Si, ya, pero yo lo como para... almorzar, cenar... No se, no para desayunar.

Hubo un silencio durante unos segundos hasta que fui hacia Miya y lo empujé hasta que se sento en una silla.

—Te voy a hacer un desayuno canadiense —le sonreí— Aunque es igual que el de Estados Unidos... —murmuré— Bah, tu haz como si fuese solo de aquí, ¿si? —me puse manos a la obra y comencé a sacar ingredientes de la despensa y la nevera.

Terminé de freir un par de huevos cuando la puerta de la cocina se abrió.

—Esto huele de maravilla, ¿estas haciendo beicon? —preguntó mi padre acercándose.

—Sip. También hay salchicas, huevos y tostadas con mantequilla —pude ver la cara de susto de Miya al escuchar que tendría que comer toda esa comida.

En verdad le gustó todo. Es que soy una experta cocinera.

Mi padre ya se había marchado al trabajo y a mi me quedaba un buen rato hasta que empezase el entreno.

Estabamos uno frente al otro terminando nuestro desayuno cuando Miya agarró el zumo para llevarlo a sus labios, me fijé en que llevaba la otra mitad del collar que compartíamos. Fue un detalle que le dejé justo antes de irme.

Crucé mis brazos encima de la mesa y acerqué mis labios a su frente para dejarle un beso allí. Levantó su mirada, confuso.

—Gracias por llevar mi collar —le sonreí. El devolvió una sonrisa e hizo mi mismo movimiento pero para darme un rápido beso en los labios.

—Vamos a recojer todo esto —se levantó agarrando algunos platos y llevándolos al fregadero.

Hice lo mismo y así, al terminar de limpiar la mesa, subimos a mi habitación.

Miya se sentó en mi cama con su móbil, jugando seguramente al Hay Day. Nunca le diré que yo en verdad si tengo el juego pero voy por un nivel más alto que él.

Descolgué la ropa que me iba a poner del perchero y al girarme vi a un Miya sonrojado.

—¿Que te pasa? —reí.

—No pensabas cambiarte estando yo delante, ¿no? —se hizo bolita con sus piernas. Lindo.

Negué, divertida.

—Voy a cambiarme al baño, puedes cambiarte aqui de mientras.

—Okey —y volvió la vista a su móvil.

Salí del baño y Miya ya estaba cambiado, agarré mi mochila y me acompañó al pavellón.

—Puedes dar una vuelta por el pueblo... Voy a estar varias horas aquí. Puedes ir tambien a la pastelería del al lado de mi casa, dile al señor Roy que vienes de mi parte y te reconocerá.

—Esta bien, luego nos vemos Maya —levanté una ceja con incredulidad y antes de que se diera la vuelta para irse lo agarré de la muñeca y lo acerqué para darle un pequeño beso en la comisura de los labios.

Me sonrió y abrazándome me besó en los labios.

—Venga vete, que sino no irás al entreno —me reí y me dispuse a entrar.

—Eso ha sonado muy mal, amor —me detuve al analizar sus palabras.

—Era la intención, cariño.

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