Lo agradecerán luego

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Pidge no tenía experiencia en el amor. Su conocimiento del romance se basaba únicamente en escenas de las pocas series que había visto, de las novelas que había leído y de los líos amorosos que algunos de sus hermanos habían atravesado. Y, por supuesto, ahora el caso de Keith y Lance. Todo el drama que aparentemente venía consigo el solo hecho de gustar de otra persona hizo que Pidge se convenciera que no había nacido para el amor romántico.

Sin embargo, eso no la hacía ciega a los sentimientos románticos de otras personas.

No le tomó mucho tiempo darse cuenta lo que se estaba formando desde el inicio. Por algo ella se describía como una persona muy perceptiva. Keith podía resultar muy indescifrable en muchos aspectos. Pidge suponía que era una característica por ser hijo de Hades. Sin embargo, su enamoramiento por Lance era cualquier cosa menos sutil. Comenzó con miradas que se desviaban cada vez que Lance giraba a verlo y continuó con detalles que no había tenido con ninguno de ellos —excepto Shiro—, a pesar que ya llevaban una cantidad considerable de años de amistad.

Había sido testigo de las miradas cargadas de afecto por parte de Keith a Lance. Había sido sido testigo de los primeros indicios de que a Lance le empezaba a gustar el hijo de Hades. Había sido testigo de la conexión que esos dos habían formado en los últimos meses y lo mucho que se apoyaban mutuamente.

Así que llegó a la conclusión de que no se quedaría de brazos cruzados si es que veía que dos de sus idiotas favoritos se dedicaban miradas de enamorado sin intentar dar un primer paso por temor a perder lo que tanto tiempo les había costado construir.

Luego, estaba Lance.

Pidge había sido testigo de lo mucho que le había costado al hijo de Poseidón superar su enamoramiento por Allura después de que ella se convirtiera en cazadora de Artemisa y los sentimientos encontrados que había tenido al aceptar que, ahora, había vuelto a enamorarse de alguien más. Pidge quería golpearlo y luego abrazarlo, ambos a la vez, porque, por mucho que le gustara molestarlo, Lance era de las personas más nobles y determinadas que ella había conocido, y verlo ahogarse en sus inseguridades y aferrarse a la idea que no era suficiente para nada —mucho menos para sí mismo— hacía que el corazón de Pidge se encogiera.

Las últimas semanas habían sido... incómodas. Era evidente, tanto para Pidge como para Hunk, que sus amigos estaban haciendo todo lo posible para disimular sus sentimientos, volviendo el ambiente tenso.

Cuando Pidge se acercó a Keith unos días antes para motivarle de alguna forma, solo recibió una corta respuesta:

—No quiero arruinar nuestra amistad, Pidge.

Pidge quiso mandarlo al inframundo de inmediato para ver si una visita a los muertos lo hacía abrir los ojos de una vez.

Dioses, esto era frustrante.

Con el verano a punto de acabar y Pidge decidió que les daría un empujón.

Reunidos todos en la arena de entrenamiento, Pidge y Hunk estaban sentados en las gradas mientras que Lance y Keith practicaban esgrima.

Tenía que reconocerlo, Lance había mejorado muchísimo en comparación de inicios de verano. Sus movimientos eran más precisos y más seguros, al igual que la manera firme en la que empuñaba la espada.

—¡Vamos, hombre!

Escuchó a Hunk soltó un silbido de aliento cuando notó que Lance apuntó la espada cerca del cuello de Keith, que estaba boca abajo en el suelo debido al golpe de Lance. Por primera vez, lo tenía.

—¿Qué opinas de eso, samurái? —preguntó con una sonrisa de lado.

—Nunca te fíes de una victoria —respondió Keith antes de fundirse en la sombra que proyectaban las gradas.

Sombras y OcéanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora