Oportunidades perdidas

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TW: Violencia/sangre (kinda).

***

Se supone que sería una noche tranquila rodeado de sus amigos y diversión. No obstante, no fue así.

Lance no tuvo idea del momento exacto en el que todo se salió de control, pero el campamento había sido invadido repentinamente.

Las protecciones del árbol de Thalia estaban intactas y el vellocino de oro esparcía su poder, protegido especialmente por Peleo. Aún así, aquello no evitó que el campamento se convirtiera en el blanco perfecto de un ataque. 

La tierra encima del laberinto, cuya entrada estaba aparentemente bien sellada por tantas generaciones, se abrió en una brecha por la que cientos de criaturas y monstruos se alzaron, despertando a todos en el campamento.

Aún sin salir del estupor de la repentina situación, los semidioses empuñaron sus armas y ataviaron sus armaduras, listos para la pelea. 

Flechas volaron con precisión, espadas rasgaron con fuerza y lanzas atravesaron sin titubear; pero aquello era demasiado. Aún con el número de campistas, los monstruos parecían rebasarlos a cántaros.

Lance soltó un gruñido cuando una de las empusas lo golpeó con brusquedad en el estómago y lo mandó a volar unos buenos metros. Sintió su cuerpo impactar con el suelo y tardó unos segundos en recuperar el aire.

Se levantó con las rodillas aún temblando y usó Contracorriente como si fuera un bastón para apoyarse. 

A la distancia, pudo ver que otras empusas, dracaenaes y lestrigones rodeaban a bastantes de los campistas, acorralándolos y limitando el movimiento con sus armas. No pudo evitar preocuparse por sus amigos. 

Sabía que Hunk y algunos de sus hermanos se encontraban trabajando en el Búnker 9, con la intención de suministrar y abastecer a demás campistas con sus armas, especialmente con las flechas de bronce celestial que parecían desaparecer sin más.

Sin embargo, estaba preocupado por Pidge. Había perdido la pista de la más pequeña de sus amigos después de que la cabaña de Atenea y Ares se uniera para reforzar a los demás en la batalla.

Y Keith... 

—¡Hijo de Poseidón! —su contrincante exclamó con una voz cantarina y juguetona, caminando hacia él—. ¿Dónde estás?

Lance tragó saliva y apretó la empuñadora de Contracorriente, que aún estaba clavada en el suelo, manteniendo su magullado cuerpo en pie. 

Se había quedado sin flechas hace mucho y su espada era lo único que le quedaba; mas sentía que no servía de nada cuando hasta el último centímetro del cuerpo de la empusa estaba cubierto y protegido con una armadura. No había encontrado ningún punto débil ni un agujero donde clavar su espada. 

Los vellos se le pusieron en punta cuando oyó la risa estridente de la empusa detrás de él. Lance se sentía tan exhausto que ni siquiera sus reflejos habían visto venir el rápido y sutil movimiento del monstruo, que ahora lo apretaba por la cintura en el abrazo más doloroso que Lance había recibido en su vida.

—Después de tantos años —prácticamente siseó en su oído—, podré probar la sangre de un hijo de Poseidón. 

Los labios de la empusa rozaban su oído, y su brazo derecho lo tenía sujeto por el cuello para mantenerlo quieto. A pesar de la lucha de Lance por zafarse, todo era en vano. El agarre del demonio era paralizante, sumado con el cansancio por todas las horas que había peleado. Si tan solo hubiera agua para recuperar fuerzas... 

Lance pudo escuchar a la perfección el momento en que los colmillos brotaron, y apretó los ojos, resignado a lo que venía.

Pero la mordida nunca llegó. 

Sombras y OcéanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora