Septiembre 13

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Septiembre 13

¿De qué color es el hilo que te duele? El de la señora, que me regaló sin querer parte de fragmentos minúsculos de su perfume por la mañana a escondidas, es del color de sus hijas. Rosáceo, me imagino, que es ese hilo. Hoy una de sus chiquillas le dijo que había ganado en un concurso, y mañana ya no me regalaría más perfume para impregnar en mi piel. Le dije que estaba bien, me dio el dinero en la mano, un beso y un ligero vacío extraño. La señora llama con tanto orgullo a sus hijas, me muestra su hilo rosado, hasta el bendito punto que arde observarlo. Le duelen tanto que las ama. Y yo no sé dónde dejar recargado el montón de hilos que cargo, pero le envidio tanto, el suyo está intacto. Quisiera arrancárselo.

El hilo que me cala ya lleva varios años asfixiándome, a punto de romperse, me estorba entre los dedos porque ya no sé ocultarlo. Papá me quiere mandar al centro que mamá también acudió. Jaló más de la cuenta del hilo. Me pregunté si no le dolía a él. Probablemente no, porque aún me ha dejado hurgar entre las cadenas de oro que tenía guardadas. Lleva tres semanas preguntando por ellas, como si yo tuviera idea de en qué mano adicta ahora cuelgan.

¿Café? Un color terrible. Hace poco observé como te lastimaban desde lejos, cuántas cosas no te gritaron, la gente mirando desde las ventanas atrás de las cortinas, yo entre los barandales de arriba. Disculpa, estaba muy ebrio como para recordarlo bien, quizás nadie te miraba. Pero tus manos buscaban refugio en ellas mismas. Tu sonrisa era sincera, aunque te estuvieran dando estocadas. Estiré mi mano, como si fuera a ayudarte, te acaricié el cabello desde las alturas, porque querías llorar.

Nunca miras hacia arriba.

Pude haber hecho algo, gritar, bajar corriendo las escaleras, llamar a la policía. Pero a ti te siguieron sacando el hilo que duele y yo solo observé.

Miras al suelo todo el día, quizás te cala demasiado el sol, o prefieres no verlo morir cada día. Por eso puedo escribirte, si no miras arriba no me verás morir. ¿Rojo? Ojalá sea rojo tu hilo. Igual que el mío. Doloroso, brillante y hermoso. En el momento que te vi regresar a tu puerta, por un leve segundo, creí que sentías una pizca de mi dolor perpetuo. 

Me haces inmensamente feliz. Tú también estás enredada en tus hilos dolorosos.

Y sangras como yo.

No estoy solo.

¿Me dejas imaginar que ahora tú me observas entre los barandales?

¿Me dejas imaginar que estiras tu mano sin que me dé cuenta?

¿Me dejas imaginar que acaricias mi cabello?

¿Me dejas imaginar que lo haces porque estoy llorando?


-El triste hombre maldito que llora.

AdictoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora