Silencio

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Mia

Una hora antes...

El silencio de la enfermería me empezó a causar dolor de cabeza, así que me levanté y salí fuera.

El aire frio me golpeó la cara y de inmediato me sentí algo mejor. Nora llevaba dormida varias horas e interpretaba que eso era señal de que estaba mejorando. Aunque no hablábamos desde que pasó lo de Roger, seguía siendo mi amiga y me preocupaba por ella.

Suspiré y me senté en el suelo. Quería hacer las paces con Nora lo antes posible, ¿pero qué le diría? Le había robado el novio para luego dejarlo... Eso era sucio y rastrero. No serviría de nada decir que mi madre, Afrodita, me obligó a hacerlo. ¿Acaso no puedo decidir por mí misma? La obsesión de mi madre con Nora se debía a que su entonces novio, Roger, era hijo de Atenea.

Hera, Atenea y ella no se llevaban muy bien a causa de la discusión que desencadenó la guerra de Troya.

Todo empezó cuando Paris (el príncipe troyano, no Paris Salvatore) tuvo que decidir quién era de las tres, la diosa más hermosa, para así darle la manzana de Eris.

Cada diosa le prometió una cosa: Hera, ser soberano del mundo; Atenea, ser invencible en la guerra y Afrodita le prometió entregarle a Helena, la mujer más bella del mundo.

Finalmente, Paris eligió a Afrodita y las otras dos diosas juraron venganza.

Deméter y Atenea se llevaban muy bien y estaban muy ilusionadas con la idea de que sus hijos salieran. Mi madre no soportó ver a Atenea tan feliz, así que me mandó hacer que Nora y Roger rompieran para así salirse con la suya.

Me estremecí ante aquel recuerdo, me arrepentiría toda mi vida de lo que hice.

―Vamos querida, deja de pensar en eso. No fue para tanto ―dijo una voz dulce, aunque un poco gritona.

Alcé la cabeza y vi a la mismísima diosa Afrodita.

―Ma-madre ―tartamudeé―, no esperaba su visita.

―Lo sé, ¿pero qué tiene de malo visitar a mi hija favorita de vez en cuando?

―¿Cómo sabías que estaba pensando en... Nora?

―Te conozco lo suficiente como para saber que sueles malgastar tu tiempo en pensar sobre cosas irrelevantes ―hizo una pausa mientras se colocaba un perfecto mechón rubio detrás de la oreja―. Pero no he venido a hablar sobre ti, he venido a hablar de Helen.

―Madre, sobre lo que me pediste, no puedo hacerlo. Ni siquiera la conozco, no quiero que lo pase mal y...

Soltó una carcajada. Sus ojos, que no tenían un color definido, mostraban diversión. ¿Qué le hacía tanta gracia?

―Tampoco he venido a hablar sobre tu incapacidad para hacer lo que te pido, es obvio que me decepcionaste ―encogió los hombros― pero ya me lo esperaba de ti.

Noté como las lágrimas empezaban a inundar mis ojos pero las retuve.

―Escúchame bien, Mia, Helen no es quien la gente cree. Tienes que protegerla. Es una pieza clave y sin ella estamos perdidos, ¿entiendes? Protégela con tu vida, si es necesario.

Me costó unos segundos asimilar lo que decía. Al principio la quería fuera de juego y ahora decía que la protegiera.

―Sé que estás pensando en porque ese cambio sobre Helen. Antes creía que se trataba de una de las insoportables hijas de Atenea ―rodó los ojos― pero me equivocaba. Tú solo prométeme que la protegerás.

Vacilé unos segundos. Me había prometido a mí misma que dejaría de hacerle el trabajo sucio, pero mi miedo a perderla ofuscaba todo lo demás. Además proteger a alguien no era nada malo, ¿no?

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