Helen

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Paris

¿Mi padre? ¿Profesor? Oh Dioses... ¿Lo próximo que será? ¿Hacer las clases en una discoteca? No me podía creer lo que veían mis ojos. En la charla que tuvimos la noche anterior, me dijo que se quedaría un tiempo en la academia, pero no me dijo que haría de profesor. Desconocía los motivos por los que el gran e importante Apolo quería hospedarse en una academia llena de insoportables adolescentes semidioses, pero estaba seguro de que no era por nada bueno.

Miré a Helen, que aún tenía rotulador en la cara. A mi alrededor, las chicas soltaban risitas y cuchicheaban entre ellas. Vaya, la belleza de Apolo empezaba a surgir efecto. Sin embargo, Helen ni se inmutaba, parecía inmersa dentro de sus pensamientos.

Apolo guiñaba el ojo de vez en cuando y las chicas soltaban aún más risitas (si era posible). Estaba claro que mi querido padre no estaba muy capacitado para dar clase.

―Se parece a ti ―dijo Helen de repente.

―¿Qué?

―Tu padre, se parece a ti.

Me reí.

―¿Qué te hace tanta gracia? ―preguntó, levantando una ceja. Era adorable.

―Hay miles de cosas que decir cuando un dios griego se presenta en tu colegio para dar clase, y a ti solo se te ocurre decir que se parece a mí.

―Es la verdad ―se encogió de hombros.

Rodé los ojos.

―Muy bien, chicos ―interrumpió el nuevo profesor―, coged un arco y un carcaj de flechas y enseñadme lo que sabéis hacer.

Me dirigí a la mesa y cogí dos carcajes y dos arcos. Le entregué uno de cada a Helen.

―Gracias ―me sonrió y yo le devolví la sonrisa.

Nos dirigimos al lugar de tiro y nos pusimos uno al lado del otro. Helen cogió el arco, colocó la flecha y tiró. Ésta, se clavó a unos quince centímetros del centro.

―Muy bien ―la aplaudí―. ¿Seguro que es tu primera vez?

―Sí. Supongo que de ver tantas veces a Jennifer Lawrence en Los Juegos del Hambre se me ha pegado algo.

―Es mi película favorita.

―Y la mía también.

Chocamos los puños de manera amistosa.

―Y ahora, señor soy-un-as-del-tiro-con-arco, demuéstreme lo que sabe.

Coloqué la flecha y apunté. Como siempre, aguante la respiración, y cuando estuve seguro de que había apuntado bien, solté el aire y la cuerda del arco. La flecha dio justo en el centro.

―Guau, he de admitir que estoy impresionada.

Alguien detrás de mí me aplaudió.

―Muy bien ―dijo Apolo―, se nota que eres mi hijo, pero siempre se puede mejorar.

Apreté los puños.

―Déjalo ―dijo Helen.

Volvió a colocar una flecha en el arco y se puso en posición, preparada para lanzar.

―Espera ―me dirigí hacia ella―, pon los pies uno detrás de otro, separados.

Le cogí las manos.

―¿Ves? Estira la cuerda hasta tu oreja ―sus manos eran pequeñas y frías al tacto―. Ahora apunta y dispara.

La flecha no impactó en el centro, pero sí dentro del círculo más pequeño.

Academia OlímpicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora