Capítulo 9: La fortaleza de Brasas

176 12 5
                                    

PARTE 2

Los muros exteriores del palacio estaban empapados de sangre.

   Sol había leído los pergaminos sobre la fortaleza de los Alas Arenosas, y lo había visto a lo lejos, pero nada podría haberla preparado para el olor de las cabezas de dragones decapitados que tachonaban la parte superior de las paredes, o las horribles manchas en la piedra debajo de ellas.

  Todavía estaban a más de un kilómetro de distancia cuando el horrible olor a podrido la alcanzó por primera vez, haciéndola ahogarse y casi arrojándola del cielo. Addax la atrapó mientras se dirigía hacia la arena.

  —Respiraciones superficiales —le aconsejó—, te acostumbrarás.

  —¿Tú lo hacés? ¿en serio? —Sol preguntó.

  Él se encogió de hombros, lo que, por lo que ella sabía, significaba «no».

  Avestruz había sido liberada durante la noche, lanzando una última mirada de puro terror a Sol antes de regresar corriendo hacia las lejanas hogueras de la Madriguera del Escorpión. Sol pensó que Addax había libertado deliberadamente a la dragonet mientras la Madriguera aún era visible detrás de ellos. Con optimismo, pensó que tal vez él estaba preocupado por la seguridad de Avestruz; parecía amable no hacerla encontrar su camino en la oscuridad total.

  Casi podía escuchar a sus amigos riéndose de ella en su cabeza: «así es, Sol, tu secuestrador es un verdadero amor. Él también te está entregando a Brasas por la bondad de su corazón».

  «Pero si lo estaba haciendo por su familia... por alguien que le importaba...», Sol miró al dragón lleno de cicatrices y pensó: «Hay más en su historia. Siempre hay más en la historia de todos, si se molestaran en averiguar cuál es».

  El sol había despejado las montañas cuando llegaron a los centinelas: un par de Alas Arenosas que llevaban largas lanzas. Un calor implacable golpeaba desde el cielo sin nubes, haciendo que el olor fuera mucho peor. A Sol le dolían las alas de volar tanto tiempo sin detenerse. Podía ver las paredes de color amarillo pardusco de la fortaleza más adelante, manchadas y cubiertas de sangre roja oscura y negra que goteaba de las espeluznantes decoraciones.

  Era un palacio inmenso, mucho más grande de lo que se había dado cuenta cuando lo vio desde la distancia. Las murallas parecían extenderse a través del horizonte, y Sol supuso que dos o tres Madrigueras del Escorpión podrían caber dentro, o alrededor de una centena de las cuevas en las que ella había crecido.

  —Deténgansen —dijo uno de los centinelas, balanceando la lanza hacia ellos. Él entrecerró los ojos—. ¿Adax?

  —Hola —dijo Adax. Agitó una garra, y los dragones detrás de él se detuvieron, batiendo el aire y estirando para ver más allá de sus alas.

  —Veo que te trajiste algunos amigos de por ahí—dijo el centinela, medio en broma—. ¿Estás invadiendo, o qué es todo esto?

  —Traje un regalo para la reina -enunció Adax. Movió su cola hacia Sol, y ella le siseó—. ¿Reconoces a esta?

  Ambos centinelas respiraron rápidamente

  —De la fiesta en el Reino Celeste —dijo uno de ellos—. Escarlata iba a dársela a  la Reina Brasas.

  «Ahí es donde he visto a Adax antes —se dió cuenta Sol—, inclinándose y raspando detrás de Brasas mientras me examinaba como una piedra preciosa deformada. Antes de que obtuviese su cicatriz».

  —Y ahora la he encontrado y se la voy a dar a la reina —dijo Adax con aire de suficiencia.

  El centinela miró con escepticismo al séquito.

Alas de Fuego: La Noche más Brillante (Reescribiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora