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Chūya se había quedado solo con sus pequeños bebés. Debía salir a comprar pañales, leche y biberones, pero no tenía dónde dejar a los niños, ni tampoco podía dejarlos solos.

Los bañó, vistió, y los acostó en una carreola doble para dos bebés con la que saldría de compras.

Estando en la calle se sentía extraño, avergonzado de ser madre siendo chico y teniendo dieciséis. Esa no era la vida que imaginó hace un año. Derramaba lágrimas mientras caminaba y empujaba la carreola, siendo el centro de atención de cualquier curioso que caminaba cerca suyo, que les parecía extraño que un adolescente paseara solo con bebés.

El bebé albino empezó a quejarse y a llorar, retorciéndose ligeramente hasta que su llanto fue escuchado por los cercanos.

— N-No llores, bebé, por favor...

Decía nervioso, deteniéndose y revisando al menor cuidadosamente. Sacó un único biberón que tenía para los dos, y lo agitó un poco, para luego darlo a Atsushi, quien lo aceptó y empezó a alimentarse.

— Buen niño...

Ahora fue Ryū quien empezó a llorar. Chūya usó la misma técnica que con Atsushi, pero el bebé azabache lo rechazó, siguió llorando y empujaba el biberón con sus manitas. Atsushi empezó a llorar al no tener su biberón y ser dado a Ryū.

— ¡¡¿CÓMO DEMONIOS FUI TAN ESTÚPIDO?!!

Gritó desesperado, dándose por vencido durante unos segundos. Tomó aire y levantó a ambos bebés uno en cada brazo, siendo delicado. Los arrullaba a la vez, aunque eso era demasiado difícil.

— Quizás si hubiera Sido un sólo bebé todo fuera más fácil... ¡¿PERO QUÉ?! ¡NO, Y NO! ¡NO DEBIÓ HABER SIDO NINGUNO! ¡VINIERON A ARRUINARLO TODO!

Atsushi balbuceó más tranquilo, mirándolo a la cara con sus brillantes ojitos bicolor.

— Oh, ¿qué pasa, mi amor? ¿Estás más tranquilo?

Preguntó al niño con ternura, sintiéndose tonto después de hacer la voz tierna.

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