Capítulo tres: Primera conversación

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Un ruido me despertó, salté de la cama en posición ardilla mordedora—que es como le llamo a la pose en la que estoy dispuesta a morder a cualquiera que se acerque—y esperé.

El sonido de un grifo cerrándose, entrecerré mis ojos y me relajé volviendo a caer en mis suaves sábanas.

Era Stef, olvidé por completo que se había quedado a dormir aquí. Le rogué que se fuera a su casa pero el muy tonto me salió con que ni muerto me dejaría sola, que después el que tendría que lidiar con el ogro sería él—ese es un apodo cariñoso entre nosotros de mi madre—.

—Podrías hacer menos ruido, casi me da un infarto—me apoyé en mis codos y lo miré detalladamente. Traía una toalla envuelta alrededor de su cintura, esto era zona peligrosa para mi—.

Ya me había curado de Stefanits y no podía ni quería volver a caer en lo mismo.

—No te recomiendo andar en esas fechas en mi habitación cuando no hay más nadie en casa—le brindé mi mejor mirada pervertida y una sonrisa—.

—Lo siento—puso su mano detrás de su nuca, un hábito que tiene cuando está avergonzado o apenado o todo lo terminado en ado—.

A continuación cogí mi almohada y la estampé contra mi cara. Es sábado, odio los sábados.

La mayoría de la gente odia los lunes pero yo no soy como el resto, ¿cómo podría serlo llamándome María? ¿Es que no se dan cuenta de lo feo que ese nombre? Suena a la mejor amiga fea de tu novia en la que nunca te fijarías.

—Odio sacarte de tu mundo pero—habló Stef alejándome de mis pensamientos—¿quieres qué haga el desayuno?

—O no, definitivamente no—dije tantos no como salieron de mi boca—.

Una mujer es peligrosa con una chancla y mi mejor amigo lo es con la estufa. El no es de esos chicos guapos en los que todo va incluido. Le faltan muchas cosas y la cocina está entre ellas.

—Ahora bajo y hago algo decente. Tu concéntrate en dejar vírgenes a mis peluches.

De mala gana me puse mis pantuflas de dinosaurios y salí de la habitación.

Madrugar es el arte de los viejos, dormir es el de los deportivos e inteligentes.

Escuché decir a alguien, vale lo dije yo pero ya en serio ¿a quién demonios le gusta levantarse a las once de la mañana? Que levante la mano los que están de acuerdos que dormir es sagrado.
A esas personas les aguarda muchas cosas buenas la vida.

...

Salí a despejar mi mente. Nah, ¿a quién engaño? Mi promedio de ir a lugares al aire libre en las tardes de los sábados es limitada. Soló puse un pie afuera para ir de nuevo a aquel parque que tanto me llamó la atención.

La naturaleza, el sol, el aire fresco, se quedaron grabados en mi mente y necesito más. Eso es lo que diría si fuera una completa mentirosa—que en realidad si lo soy pero no con ustedes—. En realidad caminaba con las expectativas de encontrarme otra vez con el chico de las manos ágiles. No es el mejor apodo y los mal pensados seguro que creerán otra cosa pero ya que no sé su nombre lo llamaré así hasta que lo averigüe.

En la entrada pude ver el nombre: a crane for you, vaya nombre de mierda.

Traje mi cámara fotográfica ya que siempre es momento para sacar unas buenas fotos pero a decir verdad fue sólo para tener una escusa cuando encuentre a manos ágiles.

No paro de pensar en ese momento en que nuestras miradas se encontraron, sus ojos me transmitieron tanto. Esos ojos violetas me persiguen hasta cuándo cierro los ojos. Estoy obsesionada.

A crane for you ©Where stories live. Discover now