Nuestro Reino

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Sus ojos se abrieron. Confuso y aturdido caminó entre la total oscuridad en la que se encontraba sumergido. Hacía mucho frio, un escalofrío recorrió todo su cuerpo y pudo sentir como su espalda comenzaba a agarrotarse. Con sus piernas rígidas avanzó dando pasos inseguros, caminando completamente ciego extendiendo sus temblorosos brazos para poder tocar algo o al menos no chocar. Fue inútil. El lugar aparentemente estaba vacío. Siguió caminando lentamente hasta que sintió el agua colándose entre los dedos de sus pies, fue entonces que se detuvo y se quedó completamente quieto, siendo el sonido del agua en movimiento que ocasionó con sus propios pies el único sonido del extraño sitio.

De pronto, se escucharon pisadas a lo lejos, el sonido estremecedor del salpicar del agua que poco a poco se iba acercando, lentamente y con calma, una calma tan aterradora como la de un animal cazando a su presa, pero, a la vez que lo desconocido se acercaba progresivamente comenzaron los susurros que, aparentemente, provenían de todas partes, volviéndose más y más fuertes. Él no sabía qué hacer. Instintivamente se puso de rodillas para, posteriormente, colocarse en posición fetal cerrando sus ojos con fuerza, cubriéndose las orejas con sus manos y empapando la mitad de su cuerpo con la misma agua que se situaba en el suelo helado.

Nueve antorchas fueron repentinamente encendidas a su alrededor, formando un círculo sostenidas por sus portadores, unos bizarros seres con cuatro alas enormes, cuerpo humano, brillaban como bronce pulido, pero contaban con patas de cabra y cuatro caras; una de hombre, otra de puma, de toro y la cuarta de águila. Los nueve seres desprendieron sus enormes alas brillantes y empezaron a volar alrededor del hombre ignorante que, horrorizado por las criaturas que admiraba atónito, poco a poco decidió levantarse. Entonces, de la intensa negrura nació un ente de fuego tan intenso como el sol mismo. El ente estaba conformado por cuatro ruedas, una dentro de otra, que giraban a su propia voluntad a todas direcciones. Las ruedas eran de oro con cientos de ojos incrustados en ellas. En el núcleo se encontraba un enorme ojo, profundo y perfectamente redondo que tenía seis alas y ardía en llamas.

-No tengas miedo- Dijo el ser de fuego- Déjame guiarte a nuestro Reino.

Y los ojos del hombre se cerraron.

Susurros de medianocheWhere stories live. Discover now