Capítulo 46 | Recompensa

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EMMET

Emmet sentía el sol calentarle la piel y miraba hacia el cielo, disfrutando de las últimas horas que le quedaban de libertad. Las gaviotas sobrevolaban la bahía de Chicago sin descanso, en un día soleado y cálido para ser noviembre, inundando con sus graznidos la profundidad de sus pensamientos.

—Aquí tienes —Alexia le tendió un pequeño paquete de castañas.

—Espero que te estés alimentando con algo mejor que esto —Emmet cogió una y la probó con desagrado.

—Si llego a saber que es tu última comida, te hubiese preparado un bistec.

Emmet sonrió y miró a su hermana. Ella no se reía. El semblante lo mantenía serio, frío, con la mirada clavada en los pájaros que se posaban en el paseo.

—No te preocupes por mí.

—¿Cómo no voy a hacerlo? —Alexia suspiró—. Eres un descerebrado.

—No tengo muchas opciones.

—Sí las tienes —Alexia le miró, intentándolo de nuevo—. Puedes irte de aquí, empezar de cero en otra parte.

—No podría hacerlo...

—No tiene sentido que hagas esto por Katherine Blackwood.

—No lo hago solo por ella, Alexia —Emmet sonrió, con calma—. Estoy cansado de esconderme de lo que soy.

Ambos se quedaron en silencio, escuchando de nuevo el compás de graznidos a su alrededor. De todos los sitios que había en Chicago, ese era sin duda el que más detestaba, pero si estaba allí era por su Alexia. A ella le gustaban aquellas aves, porque estaban libres.

—No la habéis encontrado aún, ¿verdad?

—Ale... —Emmet suspiró—. Lo mejor que puede pasarte es que la encontremos.

Alexia negó con la cabeza y se abrazó a sí misma. Podía vivir sin estar con Francesca, pero no estaba segura de poder hacerlo con ella muerta.

—¿Se ha puesto en contacto contigo?

—No, claro que no... —Alexia le miró al instante—. Seguro que ya se encuentra a miles de kilómetros de aquí.

—¿Tan segura estás de ello? —Emmet clavó la mirada en la extensión del Lago Michigan.

—Ya no hay nada que la retenga en Chicago —Alexia se encogió de hombros—. Ya no tiene a Grace.

Emmet se pasó una mano por el rostro, cansado, e hizo grandes esfuerzos por esconder la ligera decepción que se acomodaba en él cada vez que escuchaba el nombre de Grace.

—Deberías haber dicho algo —murmuró, con cuidado—. Cuando te enteraste de quién era esa niña, debiste decirlo.

—No dejo de ser una esclava de sangre —le recordó, agotada—. Descubrir a Frannie hubiese significado descubrir también la vinculación de Callum en todo ello —le explicó, aunque Emmet ya lo sabía—. ¿Qué me hubiese esperado después? ¿Otro amo?

—Quizá tu familia...

—Esa gente ya no es mi familia —Alexia se cerró en banda—. Y al menos Callum Waldorf no me da palizas.

Emmet suspiró, frustrado, apretando los puños con rabia. Si fuese por él, Callum Waldorf estaría en una fosa común, junto con los líderes de las estirpes de La Glimera. Si no le mataba, o al menos lo intentaba, era porque inexplicablemente Alexia permanecía atada a ese hombre también por propia voluntad.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Where stories live. Discover now