CAPÍTULO 20

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Un rato después de comer y charlar, Agnes y yo nos levantamos de nuestros asientos y nos despedimos de Edith y Angela, las cuales se quedaron en su lugar, criticando a un par de princesas que les habían regalado muecas de desagrado cuando mis amigas habían entrado al comedor riendo exageradamente fuerte.

Mientras seguía los pasos elegantes de Agnes, oía las malas palabras de mis otras dos amigas que decían acerca de las princesas y los cotilleos que se habían hecho populares entre el alumnado sobre ellas. Yo sonreí ante sus risas lejanas, mientras Agnes y yo llegábamos hasta la puerta del comedor.

— Hola, princesa —oí una voz masculina justo detrás de mí, mientras agarraba mi brazo, justo cuando Agnes y yo abríamos la puerta del comedor para salir de ese lugar.

Me giré, confundida por el hecho de que alguien hubiera agarrado mi brazo y, entonces, me encontré con qué Adonis me miraba con sus seductores ojos marrones.

— Hola, duquesito —lo saludé.

Al final, se me estaba comenzando a hacer común llamarlo de esa forma. Agnes, que estaba aún sujetando la puerta con fuerza, se dio cuenta de que me había detenido para hablar con él casi rubio, y se cruzó de brazos, soltando un suspiro ruidoso.

— ¿No me has echado de menos? Hoy no nos hemos visto —me dijo con una sonrisa arrogante. Yo rodé los ojos.

— No, ni me he acordado de ti —le dije y, en parte, era mentira. Él rió, como si supiera mi engaño.

Instantes después de aquello, mientras seguía mirándome, acomodó su cabello casi rubio, y mientras lo hacía, vi un par de anillos en sus dedos.  Fruncí el ceño inconscientemente.

— ¿Por qué tienes anillos? —le pregunté curiosa, cómo sí él me debiera alguna explicación—, ¿estás prometido o algo así? —lancé otra pregunta, de la cual me arrepentí casi de inmediato. ¿Qué me importaba a mí aquello?, es decir, solamente éramos amigos, no me debía ninguna explicación.

Pero, en cambio, a él no pareció importarle mi pregunta, pareció no haberle molestado lo más mínimo, ya que, rió un poco de nuevo y me tocó uno de los mechones de mi largo cabello castaño.

— No —aclaró él—, tranquila, solo tengo ojos para ti —me guiñó uno de sus ojos marrones y dejó mi mechón.

Yo dejé de mirarlo rápidamente, notando mi rubor. Odiaba que tuviera tal poder sobre mí, que no pudiera estar cerca de él ni tan solo unos minutos sin ruborizarme o sentirme tan extraña.

— Idiota —le dije sinceramente, mientras luchaba conmigo misma en un intento fallido de ponerme seria de nuevo. Él, entretenido ante mi situación, sonrió de lo más divertido.

— Siento haberte asustado, estos anillos tan solo son accesorios baratos —levantó ambas de sus manos y las miró con atención, sin dejar de sonreír—. Cuando quieras te los puedo prestar, princesa —clavó de nuevo su mirada en mí.

Pude notar como me derretía ante él, como cuando, en pleno verano, devoraba helados en el jardín trasero de la mansión, pero siempre acababan derretidos por el hermoso y brillante sol sobre mi mano, por estar más centrada en los juegos y risas con Alissa y Alice, a escondidas, que en comerlo para refrescarme un poco y no morir a causa de las altas temperaturas.

— Gracias —le dije, volviendo en sí—, pero jamás utilizaría tus horribles anillos —sonreí dulcemente y él me miró encantado.

— Princesa, dejando de lado tu ataque de celos por mis anillos... —dijo arrogantemente, y yo rodé los ojos. No estaba celosa. En sus momentos de arrogancia, creo que me hubiera encantado golperalo—. He venido a preguntarte si te gustaría dar una vuelta esta tarde conmigo por Alley Street.

LA ROSA NEGRA Where stories live. Discover now