CAPÍTULO 23

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Historia era la asignatura que me tocaba en ese momento. Siempre me había parecido interesante, pero la poca sabiduría en ese tema de los esclavos de la mansión, hacían que no supiera demasiado.

Sabía que iría totalmente sola a esa asignatura ya que, mis amigos ya me habían informado a qué aula asistirían, y ninguno compartía la mía. Así que, no conocía a ningún compañero o compañera que fuera a ese aula. La verdad es que estaba algo nerviosa.

Me puse tensa cuando Adonis me preguntó si podía concederle el placer de llevarme hasta mi aula de historia, ante las atentas miradas de Jir y Kai, que nos miraban a los dos totalmente serios y con los brazos cruzados.

Las chicas y Alaric ya se habían ido a sus aulas correspondientes, y en el vestíbulo solo quedábamos Adonis, Jir, Kai, Blaise y yo, acompañados de algún joven que llegaba a dónde nos encontrábamos corriendo porque, tal vez, se habría quedado dormido, o otros jóvenes preguntándose unos a otros a dónde quedaban sus aulas.

— No hace falta —dije volviendo a la realidad—, ya llegaré yo a mi aula, no te preocupes, duquesito —sonreí tensa ante la mirada de mi hermano, que estaba justo detrás de Adonis, mirándome fijamente.

Me despedí y ellos se fueron a sus clases, la cual me parecía que asistían los cuatro juntos. Me quedé unos segundos mirando descaradamente las anchas y entrenadas espaldas de mis amigos, pero no tardé en apartar la mirada un poco avergonzada por si alguien me había visto, y me acerqué al mostrador de la recepción.

Allí vi a Aina, la joven recepcionista se hallaba sentada en su alta silla de madera pálida y vieja, la miré fijamente mientras me acercaba con rápidos pasos a ella, se la veía cansada. Los esclavos, normalmente, no tenían mucho tiempo para descansar por culpa de su pesado trabajo.

Cuando llegué hasta ella la vi apuntando algo en unas hojas amarronadas con una pluma igual de destrozada que el tintero dónde mojaba la punta de la pluma.

— Hola Aina —la saludé mientras sonreía amablemente. Ella levantó la vista confundida, deduje que fue por la cortesía que había tenido al llamarla por su nombre.

Al verme, Aina sonrió entusiasmada y se levantó velozmente de su silla, para saludarme de una mejor manera.

— Buenos días, señorita Walton —hizo una reverencia mientras me saludaba. La verdad es que desde que había llegado a aquel recinto estudiantil, no había contemplado ni una sola vez, hasta ese justo momento, una reverencia.

— Llámame Brenda, por favor —rogué y ella me miró agradecida por mi afabilidad—. Aina, ahora tengo clase de historia, pero no sé dónde queda mi aula, ¿me podrías guiar hasta ella, si no es molestia? —pregunté.

Siempre me había gustado tratar a los esclavos con la misma cortesía y simpatía que utilizaba para hablar con la gente de la alta sociedad, y aunque a mi padre no le gustaba aquello, siempre me decía que lo evitara, al menos, cuando estuviera delante de personas importantes, porque sino juzgarían mi manera de ser.

— Claro que no es molestia, mi... —agachó la cabeza lamentándose y mordiendo sus labios seguidamente, como si lo que fuera a decir a continuación fuera una demencia—. Claro que no es molestia, Brenda —rectificó en un suspiro aterrorizado.

Le sonreí para tranquilizarla cuando levantó la mirada un poco, pero enseguida se recompuso al darse cuenta de que nadie la había escuchado decir aquello, excepto yo.

Las esclavas siempre debían de mantener una muy buena educación ante todo el mundo, sobre todo ante sus amos, por esa misma razón Aina temía tanto llamarme por mi nombre. Si alguien se enteraba de que había hecho aquello, no podía ni imaginar lo que le podía llegar a ocurrir, por eso le había dicho que me llamara por mi nombre una vez me había asegurado que no quedaba nadie en el vestíbulo. Me sentía más cómoda cuando se referían a mí por mi nombre.

LA ROSA NEGRA Where stories live. Discover now