Capítulo 35

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Alcanzar a Percy no fue tan complicado, aun en mi pésimo estado.

Encontré al hijo de Poseidón no muy lejos de donde había salido, descubrí que su pierna izquierda estaba peor de lo que creía, tenia un enorme agujero del tamaño justo del diente de una serpiente marina.

Él estaba parado en medio de la playa en total silencio.

—Percy—lo llamé.

Él me miró tristemente.

—Artemis, yo...—sus ojos se volvieron a llenar de lagrimas.

Me adelanté y abracé, el me devolvió el abrazo temblando. Nos sentamos en la arena, pero lo mantuve pegado a mi mientras le acariciaba suavemente el cabello, después de un rato empezó a temblar menos y a respirar con más normalidad.

—Está bien—dije—. Está bien, déjalo salir.

Después de unos minutos de silencio, Percy hablo:

—Yo... lo siento por irme así, es solo que...

—Tranquilo—le dije—, lo sé,lo entiendo. Necesitabas un momento a solas.

—Sí... supongo.

Ninguno hicimos ningún esfuerzo por separarnos.

—Percy, lo que dijiste sobre que ahora era personal...

Sentí como se tensó su cuerpo.

—Calígula tiene que pagar, por todo lo que ha echo.

—Escúchate, por favor—dije—. Sacaste a Meg de esto porque era algo demasiado personal para ella.

Se quedó totalmente quieto.

—Lo sé, pero... duele, y mucho.

Acaricié su espalda suavemente.

—Lo entiendo, créeme que lo entiendo, y estoy aquí para ayudarte.

—Gracias, Artemis, creo...creo que lo mejor será irnos.



El Ford Pinto de Gleeson Hedge seguía estacionado enfrente de la casa de McLean. Percy condujo hasta Pam Springs mientras yo me recostaba en el asiento del pasajero. Todavía me sentía fatal, pero la magia selladora que Medea me había aplicado en el pecho parecía estar curándome, lenta y dolorosamente, como si un ejército de diablillos con engrapadoras corriera por mi caja torácica.

Iba aturdida, cuanto más nos alejábamos de Malibú, más me sorprendía pensando: "No. Seguro que no pasó realmente. Lo de hoy debió ser una pesadilla. No acabo de ver morir a Jason Grace. No acabo de dejar a Piper McLean llorando en la playa"

Ni siquiera estaba segura de por qué volvíamos a Palm Springs.

¿De qué serviría? Sí, Grover y nuestros demás amigos nos esperaban, pero lo único que nosotros podríamos ofrecerles eran noticias trágicas y un viejo par de sandalias guardadas en mi carcaj. Nuestro objetivo estaba en el centro de Los Ángeles: la entrada del Laberinto en Llamas. Para asegurarnos de que la muerte de Jason no había sido en vano, deberíamos haber ido directo allí a buscar la sibila y liberarla de su cárcel.

Pero ¿a quién quería engañar? No estaba en condiciones de hacer nada, y Percy no se encontraba mucho mejor. Lo máximo a lo que podíamos aspirar era a llegar a Palm Springs sin más percances. Luego podríamos acurrucarnos en el fondo de la Cisterna y llorar hasta quedarnos dormidos. Deprimente.

—Dale tiempo—me dijo Percy después de un rato—. Está furiosa, Piper, quiero decir.

—Ya lo sé—suspiré cansada.

Las pruebas de la luna: el Laberinto en LlamasWhere stories live. Discover now