42• Alina

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Tanner tiene los ojos llenos de lágrimas; sin embargo, ha caído en una especie de trance

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Tanner tiene los ojos llenos de lágrimas; sin embargo, ha caído en una especie de trance. Parece perdido, derrotado, muerto en vida. Baja uno a uno los escalones de la escalera, abre la puerta y se entrega a la policía sin más remedio. Los dos oficiales le hablan, pero él actúa por inercia. Queda esposado antes de subir a la patrulla.

No mira hacia un costado, no voltea a verme por última vez. El auto se aleja y, con él, la poca estabilidad que me queda.

Rompo en llanto desde la puerta, las cosas no debieron darse así.

—Alina, sabes que esto fue lo mejor que podías hacer, se lo merece—dice Thomas tras un intento nulo por consolarme.

—Tengo gran parte de culpa—murmuro.

—No, él actuó mal—Sentencia—. Tú...Bueno, también tienes la culpa porque nunca le pusiste un freno a todo esto.

—¿Lo ves? —Cubro mi rostro—. Soy responsable de que él termine así.

—Sí, lo eres —Me abraza—. Perdió la cabeza por tu culpa.

—No digas eso—sollozo entre sus brazos.

—La cárcel lo hará un buen hombre—ironiza—. Encontrará la brújula que lo guíe por el camino del bien—Ríe.

—Ya cállate—Lo alejo—. Me parece una broma de mal gusto.

—Gastrell, deja de sufrir—Limpia mi cara—. En unos años nos reiremos de esto.

Al descubrir la verdad estaba muy enojada; busqué a Lia y fui con ella hasta Administración con el recibo en mis manos para retirar el cuadro de Felis enamorado. Mi amiga no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, la ira me consumía impidiéndome decir una palabra coherente, solo hice lo que creí adecuado.

Salimos de la universidad y en el trayecto le expliqué punto por punto lo que había sucedido. Lia no salía de su asombro, no podía creer que alguien como Tanner Crusoe se animara a tanto, menos saber que detrás del código #18022 se escondía el responsable de excelentes trabajos. Ella lo conocía de vista; no obstante, su nombre era una incógnita, incluso de todos sus compañeros era del que menos sospecharía.

Se enojó conmigo, era de esperarse, nunca confié este gran secreto. Luego se echó a reír, me felicitó por dejar de lado a la mojigata que llevo dentro y por animarme a experimentar cosas que en mi interior quería hacer. La charla con la pelirroja se extendió más de lo debido, no precisamos de un taxi, ni siquiera nuestros tacones nos impidieron caminar bajo franqueza. El peso de un pasado fastidioso y un presente confuso me limitó por completo. Alina Gastrell no es Alina Gastrell. Es una farsa, una pantalla, un condicionamiento.

Lia argumentó que no tengo un prontuario de errores tan graves, que nunca me arriesgo para no ensuciar mi nombre, pero sin embargo estoy acostumbrada a limpiarlo por errores de otros. Trajo a alusión al Marqués de Sade, uno de sus autores favoritos. Tuvo sentido, le dio un cierre filosófico e inesperado antes de ayudarme a buscar una solución.

Ente anónimoWhere stories live. Discover now