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— ¿Qué? — Preguntó por lo bajo.

Me había acercado a mi consejero y a la mujer para informarles de lo que iba a suceder pero ella como era de esperarse, no se lo había tomado bien.

— Usted se quedará — La mujer levantó su mano, gesto que me hizo callar.

— Eso lo entendí pero lo que no entiendo es porqué. — No parecía molesta pero tampoco feliz. — ¿Por qué no te quedas tú?

— ¿Tú? — Pregunté sin comprender a qué se refería.

— Sí, tú o usted, como quieras. ¿Por qué no eres quien se casa? — La mujer ya no se comportaba como una dama. — Ni siquiera te agrado, ¿por qué debo casarme para ayudarte?

— Porque la quiere a usted. — No había sido necesario que Umeth Garoff lo dijera, lo conocía.

— ¡No es mi problema! — Gritó, llamando la atención de todos. — Me voy a de este lugar.

La mujer comenzó a caminar lejos de nosotros y yo no podía permitir que ella se fuera. Si no la detenía la matarían tan pronto pisara el suelo de los árboles que cubrían a Vurshka.

— Escuche. — La tomé del brazo y tiré de ella para detenerla. — Vendré a buscarla pero necesito que haga esto.

— ¿Vendrás a buscarme? — Preguntó con la voz extraña. — ¿Qué te crees que soy? ¿Acaso soy una muñeca que puedes tirar cuando te aburras?

No entendía nada de lo que decía y eso solo demostraba que realmente era una viajera. La mujer debía calmarse o quedaría expuesta y no podría ayudarla.

— Necesito que me escuche. — No era un hombre que se sintiera incómodo al ver a una mujer llorar pero esa situación era diferente porque era yo quien las había provocado. — Leigh...

— Solo vete. — Susurró mientras alejaba su brazo de mi mano. — Consigue tu maldito tratado y lárgate.

Asentí comprendiendo la situación y me alejé, caminando nuevamente hacia donde se encontraba Umeth. Él había estado observando todo con una gran sonrisa, gesto que deseaba eliminar de su rostro.

— ¿Y bien? — Preguntó mientras observaba la dureza en el rostro de mi consejero.

— Se quedará. — Aseguré.

— Vayamos a crear el tratado. — El líder de Vurshka se alejó, dejándonos a mi consejero y a mí atrás.

Zilsur no hablaba pero el silencio que había entre nosotros me decía que se encontraba molesto por mi decisión. Mi consejero no podía comprender el motivo por el cual había decidido dejarla aquí y eso era porque él no estaba a cargo de un pueblo, Zilsur no podría entenderlo jamás.

— Aquí tiene, la paz por la mujer. — Me entregó el pergamino que podría salvarle la vida a mi pueblo. — No creo necesario decir lo que ocurrirá si alguna de las partes no cumple, ¿me equivoco?

— No es necesario. — Con un asentimiento terminé con mi deber.

Así es, poseía el tratado de paz entre ambos lugares pero volvía a mis tierras con la sensación de haber traicionado a alguien.

— No creía que fuera un traidor. — Habló Zilsur mientras montaba en su caballo. — Si ella no llegaba a aparecer, ¿iba a entregarme a mí?

— No hable de esa forma sin conocer la situación. — Comencé a cabalgar lejos de ese lugar con olor a muerte.

— Acaba de dejar a una mujer en un lugar desconocido y peligroso. ¿Cómo puede verse tan tranquilo? Podrían matarla o torturarla, ¿podrá dormir con eso? — No, no podría pero lo intentaría porque no lo hacía por mí sino por un bien mayor.

Leigh Pov

Sabía que no le agradaba pero de eso a dejarme ahí había mucha diferencia. Ese lugar gritaba peligro por todos lados y para mi mala suerte, no había forma de salir de ahí sin morir en el intento. Podía intentar huir pero por cómo se veían y lo poco o nada que conocía sobre los alrededores era probable que me terminaran atrapando y asesinando.

Había sido una carga desde un principio y solo había bastado una parada para que me abandonaran a mi suerte.

— Malditos. — Susurré.

El hombre al que había sido entregada estaba ahí de pie, observándome fijamente y sin decir nada. Parecía esperar algo, ya fuera un insulto o golpe pero no estaba segura.

— ¿Cuál es su nombre? — Su voz era mucho más profunda, iba acorde con su apariencia peligrosa.

— ¿Para qué? — Una sonrisa ladeada se fue formando en sus labios.

Parecía peligroso pero había que admitir que era un hombre atractivo.

— Quiero saber el nombre de mi futura esposa. — "Esposa"... Estaba segura de que el matrimonio no era para mí, en la época moderna o en la medieval era un desastre.

— Casidy. — Dije el primer nombre que llegó a mi mente.

— Sé que no es su nombre. — Aseguró. — No necesita mentirme, será mi esposa de todas formas.

— Me iré. — El hombre se acercó a pasos lentos y se detuvo a escasos centímetros.

— No lo hará porque cuando lo intente yo me encargaré de atraparla y hacerle entender que me pertenece. — Alzó su mano y le hizo un gesto a sus hombres para que se alejaran. — Usted es mía.

Mi mandíbula fue arropada por su gran mano y alzó mi rostro para que lo observara. En su mirada y expresión no había rastros de dudas o mentiras, realmente iba a atraparme y no sabía qué me haría.

No había nadie alrededor de nosotros porque él lo había ordenado así pero aunque estuvieran ahí, no me iba a sentir segura. Esas personas y el lugar gritaban a lo que olía, muerte y dolor.

— Mi nombre es Umeth. — Murmuró sin liberar mi rostro.

Umeth... Un nombre que en mi cabeza se escuchaba parecido al "humo" y que casualmente ambas cosas podrían matarme. El humo podría ahogarme y Umeth, si bajaba un poco su mano, podría estrangularme sin problemas.

— Su nombre. — Volvió a insistir.

— Leigh. — Susurré.

— Leigh... — Repitió mientras volvía a mostrarme aquella sonrisa ladeada. — Leigh, si usted no me traiciona estará a salvo pero si muerde mi mano, yo mismo me encargaré de usted.

Asentí repetidas veces para que no volviera a repetir el escalofriante mensaje. Si no lo traicionaba iba a poder vivir y como no tenía forma de traicionarlo, mi corazón iba a seguir latiendo.

Mariposa Viajera© EE #4 [BORRADOR]Where stories live. Discover now