Capítulo 1

17 2 3
                                    


Abrí los ojos abruptamente. Mis oídos captaban ruidos de máquinas a mi alrededor. Y voces. Muchas voces. No reconocía ninguna de ellas, pero a medida que mis ojos se adaptaban a la luz blanca de la habitación y al sol enfurecido que encandilaba mi campo de visión, distinguí a mi mejor amiga, Sara, y a médicos que no conocía.

Una vez leí en un libro por qué no somos capaces de satisfacer jamás el deseo que sentimos. Es demasiado simple si nos ponemos a analizarlo. Somos humanos, como tal, constantemente deseamos, queremos y necesitamos algo nuevo. Imagina que consigues ese par de zapatos que tanto deseas, dime, ahora ¿estas satisfecha?

Seguramente lo estés, pero no por mucho tiempo. En breve vas a desear otra cosa, una camiseta, un chocolate, un viaje, un novio.... quién sabe. Es así de simple, somos complejos, es nuestro estado natural y nuestra configuración humana que tanto nos diferencia de la especie animal. Somos tan extremadamente complejos que no somos capaces de satisfacernos a nosotros mismo y por eso nos atamos a personas, situaciones o cosas que nos hacen sentir, aunque sea por poco tiempo, que todo lo efímero en este mundo tiene sentido en ese momento.

Con el tiempo nos vamos cansando de lo que tenemos, es así, no hay que darle demasiadas vueltas.

¿Por qué estoy hablando del deseo y de la necesidad?, estando recostada en una habitación de hospital con mi cuerpo entumecido y mi cabeza latiendo más y más con cada movimiento de mis ojos, buena pregunta. Cuando conseguí el título de profesorado de literatura lo primero que hice fue pensar que me faltaba algo, que anhelaba algo más. En ese momento comencé a estudiar psicología, adaptando los horarios con mi trabajo como modelo de publicidad más codiciada en ese momento. Fracasé en el intento, justo como toda mi familia y mi pareja predijeron en ese momento.

"¿Para qué vas a estudiar psicología? Sigue haciendo lo que te sale tan bien, sigue posando así y luego cuando engordes o te salgan arrugas serás la dueña de la empresa familiar." Escuchaba eso todos los días.

Una se acostumbra a muchas cosas cuando se encuentra en un ambiente equivocado. Una de ellas es olvidar lo que quiere en realidad y aprender a sonreír como si todo estuviera perfecto.

Ejercer mi profesión no era una opción. Nunca lo fue. Tenía bastante claro que mi carrera como modelo era lo que mi familia esperaba de mí, lo que el mundo esperaba de mí. Incluso lo acepté durante muchos años porque al principio yo también lo esperaba.

Me sentía fuerte, única, especial. Amaba esa sensación de superioridad que sentía cada vez que las cámaras me buscaban, las personas gritaban mi nombre y los medios me alababan. Amaba la adrenalina que corría por mi cuerpo cada vez que posaba frente a una cámara con diez personas a mi alrededor cuidando del más mínimo detalle para que todo estuviera perfecto. Para que yo estuviera perfecta. Irreal. Inalcanzable. Amaba salir por las noches de fiesta y que la gente me reconociera allí donde iba y me dejara pasar como si fuera una celebridad.

El ego de una persona crece demasiado cuando le das el poder de influir en otros. Así me sentía yo cuando la ciudad y el país entero vivía pendiente de mi carrera, de mis tapas de revista, de mis colaboraciones con las grandes marcas, de mis romances, de mis acciones, de mi familia. Yo era el centro de atención, y lo disfrutaba mientras estaba bajo una lupa las veinticuatro horas del día para ser alabada o juzgada, según el público lo quisiera ese día.

Con el paso del tiempo comprendí que lo que la gente creía y opinaba de mí no era más que una mera idealización que los medios de comunicación formulan sobre mi imagen, sin conocerme siquiera. Porque no me conocían. Ni yo misma me conocía. 

VorágineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora