II. Por líneas torcidas

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"Algunos se levantan por el pecado, otros caen porvirtud."
William Shakespeare

Había dormido como no lo había hecho durante muchos meses, era como si la presencia de Victoria era mis ángeles y mis demonios.¿Podría ser ella mi tormento y mi paz? El sonido de la fuerte bocina me despertó y abrí los ojos, mirando fijamente mi habitación en el crepúsculo del amanecer, con toques de sol. La extrañeza de haber dormido tanto sin despertar durante la noche con insomnio me hizo sentarme en la cama, y observé las ventanas abiertas, volviendo recuerdar los últimos pensamientos antes de quedarme dormido por completo.

Ella estaba en la ciudad, y como utilizó las palabras: para vivir. Fruncí el ceño, intentando envano imaginar los verdaderos motivos, y si no fueran por mí, para tentar mi espíritu y hacerme entrar en colapso para siempre.Y mi subconsciente la juzgó. Victoria como la serpiente, tentada a corromperme, a crear una caída tan grande que me sea imposible volver a levantarme. Y en la penumbra de la habitación, me di cuenta de lo mucho que había mejorado desde aquella noche en la cabaña. ¿Por qué volver ahora? ¿Eran estos los planes de Dios? ¿O podría el diablo estar preparando algo, para mí?

Me levanté y fui directamente a la ducha, dejando que el agua fría me despierte definitivamente. Y ya vestido, me dirigí hacia el Teatro que me ocupaba, por la misma vía de todos los demás días, viendo como el sol empieza a salir lentamente, calentando mi cuerpo contra el frío de la mañana, y sonreí al ver la antigua estructura de piedra del teatro. La arquitectura renacentista seguía viva en esta ciudad, y avancé con pasos rápidos, refugiándome en el interior del teatro aún cerrado. Vi pasar las horas de la mañana, arreglando las tablas, montando el pequeño escenario donde los jóvenes podían ensayar obras de teatro y divertirse. Y en cuanto llegó la hora de su apertura, abrí sus puertas, dejando las ventanas del pequeño edificio abiertas, observando a la gente en las calles de alrededor. Y a medida que avanzaba el día, me olvidé de Victoria y de su intento dentro del confesionario.

Sentí que mi teléfono móvil sonaba en mi bolsillo y através de una ventana el principio de la puesta de sol. Lo he sacado. El número de mi madre apareció en la pantalla y sonreí, contestando.

- No me digas que todavía estás en tu iglesia, Juan de la Cruz. - Escuché su fina voz en el teléfono móvil y sacudiendo la cabeza lentamente. Apoyé los antebrazos en la ventana, inclinándome hacia adelante. Mi madre, Milagros, una mexicana de pura, de usar sus manos para hablar y maldecir cuando no debe.

- No, mamá. - Sonreí, observando el movimiento en las calles. - Estoy en el teatro, de vuelta en Ciudad de México.

- ¿Has vuelto a la Iglesia, hijo mío? - Debería haber adivinado una de sus mayores preocupaciones: si alguna vez dudara de mi vocación, porque la forma en que había decidido hizo que mi madre se angustiara y mi padre se entristeciera. Pero segui mi propio camino. Cuando decidí que entraría en el seminario, aunque mi familia era tradicional y religiosa, mi madre tuvo miedo durante semanas. Ella admiraba la vida de siervo del Señor, pero mi cuestionó los motivos, y no podía culparla. La forma en que todo sucedióse repitió lentamente en mi mente y volví los ojos a la calle, pidiéndole a Dios que se lleve mi tormento.

- Lo hice. - No iba a dejarla esperanzada de ninguna manera. - Ya he vuelto a organizar mis pensamientos. No hay duda. - ¿Quién era yo? ¿me estaba engañando, después de todo? Lo sabía: era mí mismo. Como se dice, cuenta mucho una mentira y puede resultar ser la verdad. Estaba rezando que Dios haga de mis mentiras la única verdad, y con ella, me engañaría.

- ¿Estás contento, hijo? - Era como si mi madre entendía mis tormentos. El nerviosismo de recordar sus motivos me hizo reír, no porque fuera divertido, sino por la tragedia que la vida también podría serlo.

El más dulce de los pecados 🍎Onde histórias criam vida. Descubra agora