Capítulo 11: "La espera, desespera".

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Julia:

La espera es agobiante, las manos no dejan de sudarme y el nerviosismo es tan potente que mi cuerpo tiembla completamente. Un ahogo desesperante se acumula en mi pecho y mis ojos se inundan de lágrimas, que los doctores demoren en dar información sobre lo que sucede o sobre el estado de un paciente no dicta a esperar nada bueno. En este momento todo es relativo y lo peor, no solemos estar preparados para eventos como estos.

—¡Julia!

La madre de Sara llega hasta donde me encuentro sentada en aquella desoladora sala de espera. Su angustia me envuelve. Su dolor no sé compara en nada con lo que yo estoy sintiendo. Sus ojos rojos es señal del fuego que le quema las entrañas por sentirse impotente al no poder hacer nada por su hija, de la cual no tenemos información aún.

—Tranquila, ella es fuerte, saldrá de esto.

La envuelvo entre mis brazos tratando de calmar un poco su dolor, de esta mujer podría decir que es mi segunda madre, tanto cariño le he tomado que no sé cómo asimilaré el día que nos falte.

—¿Cómo le pudo pasar algo así? Ella no merece pasar por esto.

—Cosas que pasan comúnmente en la vida, solo que ahora le tocó a Sara hacerle frente.

—¿Sabes que sucedió? —pregunta separándose de mi cuerpo para mirarme.

—No, solo recibí la llamada del hospital, ya que no lograban contactar con usted.

—Ella supo escoger que contacto poner en casos de emergencias. Gracias, cariño.

—Bien cabrona si es —digo sonriendo—. No agradezca, su hija es como una hermana para mí, haría lo que fuera porque ella esté bien —sonreímos y quedamos en silencio por unos cuantos minutos hasta que la llamada de mi teléfono nos interrumpe.

—Hola mi amor, ¿qué tal el café en la cafetería?

Bien, ¿han dicho algo de Sara?

—Nada, aun continuamos con la espera, no demores mucho por favor, la madre de Sara se encuentra aquí.

Ya voy de regreso, sabes que este lugar me agobia, me trae muy malos recuerdos.

—Lo sé, pero estas aquí por qué quieres, sabes que no hace falta.

No podría estar en otro lugar estando tú aquí pasando por este momento tan desagradable.

—Lo siento —no dice nada más, pero no cuelga.

—Voy por café —dice la mujer que está a mi lado—. ¿Quieres que te traiga uno?

—Por favor —respondo sin levantar la mirada del suelo, la escucho marcharse, la llamada es terminada y unos brazos me arrastran hacia ellos. ¿Cómo es que llegó tan rápido?

—Ella está mal, los médicos no han salido en mucho tiempo, esto me empieza a asustar.

—Por lo que conozco a Sara, sé que es fuerte, saldrá de está. Tranquilízate por favor, no soporto verte así —dice aferrándome más fuerte a ella.

—Tantas personas y le tiene que suceder a ella, no es que los demás lo merezcan, nadie merece pasar por esto, pero es que, joder, tan joven, tan llena de vida, Dios quiera no le queden secuelas, si es que.

—No lo digas —me interrumpe alzando mi rostro para que me refugie en sus esmeraldas avellanas—, a ella no le agradará saber que has pensado eso.

En segundos la puerta que da a salón de operaciones se abre y por ella sale una doctora bastante mayor junto a dos médicos más jóvenes, en estos últimos se ve el agobio por tanto trabajo.

—¿Familiares de Sara Hernández? —pregunta la doctora, automáticamente me pongo de pie, seguida por Verónica que me toma de la mano y se coloca a mi lado.

—Nosotras. ¿Qué noticia tiene?

—Por el momento su estado es de cuidado, está fuera de peligro —responde con una sonrisa, sonrisa que actúa como un bálsamo sobre mi cuerpo y suspiro aliviada—. En estos momentos se encuentra en sala de recuperación posanestésica, demorará más de dos horas ahí.

—¿Cuándo la podremos ver? —pregunto, la energía que causa la alegría al saber que se encuentra fuera de peligro, me hace sonreír.

—En cuanto salga de recuperación se les avisará. En un rato les daremos los detalles de la operación y porque la demora de esta. Ahora si me permiten tengo más funciones que atender, con permiso.

—Gracias doctora.

Suspiro llenando mis pulmones de aire, observo a la pelinegra que no aparta su mirada de mi rostro y sonrío ampliamente.

—Te dije que saldría bien —dice con una sonrisa encantadora en sus rosados labios, que aún se encuentran un poco hinchados por varias acciones llevadas a cabo hace unas horas atrás, de repente siento unos deseos incontrolables de besarla—. Aquí no Julia, por favor —sonrío y hago lo que me pide, pero no me evito acariciarle la boca con mis dedos y luego llevarlo hasta la mía, sus ojos brillan.

—Lo de esta tarde aún está pendiente, no creas que te librarás.

—¿Quién te dijo que quiero librarme? —la llegada de la madre de Sara evita que la empotre contra la pared sin importar el lugar donde nos encontramos.

—¿Alguna noticia de mi hija? —su rostro entristecido me hace sentir mal, sonrío y me le acerco.

—Ya se encuentra fuera de peligro, la doctora nos informará luego de los detalles de la operación, en un rato podremos verla —cae sentada en la silla que está a su lado y me uno a ella, su llanto hace que se me encoja en alma.

—No sé qué sería de mí si algo le llegara a pasar, ella es mi todo —sus palabras me hacer pensar en mi madre, algo fuerte la unía a mi amiga, algo que solo ellas entienden. ¿Qué sentiría si se enterara del accidente de Sara?

—Vaya a casa, descanse. Ella demorará un poco en salir de recuperación, nosotras no nos iremos, cualquier cosa le avisamos.

—Es mi hija Julia, no la puedo abandonar —otra vez sus palabras me hacen pensar en mi madre, ella me abandonó, por decirlo de alguna manera, porque desconozco los motivos reales por los que se fue, aunque entre ellos esté todo lo relacionado con lo sucedido hace dos años atrás.

—No la está abandonando, se está cuidando y recuperando fuerzas para ella, que la va a necesitar.

—Vaya a descansar, nosotras estaremos aquí —interviene Verónica.

—Dos horas de sueño no le vendrían mal —continúo insistiendo para que vaya a tomar una siesta, su cuerpo lo pide a gritos.

—Está bien, iré, cualquier cosa no dejen de avisarme, por favor.

—Vaya tranquila, ya lo peor pasó, la acompaño.

Observo por el rabillo del ojo a Verónica que mira algo en su celular y se pone tensa, diría que hasta nerviosa. Pongo mi mirada en ella, teclea ágilmente y me descubre con los ojos puestos sobre sus gestos, frunzo en entrecejo y me alejo despacio, sin decir palabras, algo me está ocultando. Siento su mirada puesta en mí, volteo para encararla, pero me la encuentro nuevamente tecleando en el teléfono, suspiro y trato de calmar el calor que se va instalando en mi cuerpo, ya habrá tiempo para discutir, ahora no es el momento.

En el eco de tu mirada. Where stories live. Discover now