Epílogo

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Lunes 21 de enero de 2036

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Lunes 21 de enero de 2036.

—Papá.

Paradojas del destino, una palabra lo transportaba a la muerte y otra, a la vida. Esta vez, el panorama era apacible y cada cosa estaba en su sitio. Luego del huracán, paz y calma.

Comprobó, aliviado, que su cabeza reposaba sobre una cómoda almohada y que su hombro izquierdo estaba inmovilizado con una venda. Un apósito manchado de sangre seca cubría su antebrazo y mostraba las secuelas de una inyección. Transferencia de sangre, quiso suponer.

Con los ojos entrecerrados por el cansancio y no por el dolor, buscó desesperado un reloj que confirmara su realidad. Halló así un analógico de pared blanco y aburrido, casi tan aburrido como los demás analógicos blancos de pared, y notó que las agujas hacían su monótono recorrido sin inmutarse ni un poco. De pronto, una sonrisa débil se dibujó en su rostro. Estaba vivo. Sirhan Bay estaba vivo.

El haz de luz que se dibujaba bajo la puerta se expandió poco a poco a medida que un intruso ingresaba a la habitación. Sirhan clavó la vista en la entrada y se mantuvo calmo. No había nada que temer; al menos, no por ahora.

Sin atreverse a presionar el interruptor, la silueta avanzó a oscuras, con los brazos al frente para no tropezarse. Una suave brisa que venía desde una ventana le acercó a Sirhan el aroma del desconocido. Marihuana. El tipo era un marihuano.

—¿Me llamaste?

La silueta se acomodó junto a su cama y no tardó en establecer contacto visual con él. Su mirada era tan nostálgica, tan melancólica que a Sirhan incluso le resultó ofensiva. El otro se percató de ello, sacudió la cabeza para liberarse de sus cavilaciones y activó el interruptor con un sutil movimiento de manos. Por fin, la luz.

—¿Así está mejor? —sugirió el otro, con una sonrisa cómplice.

Así está mejor.

Llevaba el típico uniforme británico que supo inundar los medios de comunicación durante años, coronado con una placa roja, blanca y azul que ostentaba con orgullo. No iba armado; había tenido la sutileza de dejar su pistola afuera antes de ingresar. Sirhan le agradeció el gesto con un mudo asentimiento mientras lo observaba de arriba abajo.

Tan solo habían pasado cuatro meses, pero el cambio era abismal. Ya no parecía ese hombre cansado, débil y viejo que lo había despedido entre llantos y gotitas de cannabis. La guerra lo había rejuvenecido.

—Papá —volvió a decir Sirhan—. ¿Dónde estamos?

—No te preocupes, estamos bien.

Mentira. No estaban bien o, al menos, él no. Takeo no paraba de llevarse las manos al estómago para contener el dolor y Sirhan vio que le habían cubierto el torso con una venda. El chaleco había cumplido su función, pero algunas balas perdidas habían logrado lastimar su piel. Aun así, Takeo parecía entero, casi tan entero como lo supo estar esa noche arriba de la motocicleta. La noche en la que los había salvado.

Sin retorno © [COMPLETA]Where stories live. Discover now