Epílogo

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TRES MESES DÉSPUES

Hasta ese momento no me había roto un hueso jamás, no había tenido una experiencia tan extrema como para eso; siempre eran solo rasguños y fuertes moretones, pero un hueso roto nunca. Aunque bien dicen que los nunca se llegan y me toco a mí y mis costillas.

—Listo —dice mi padre, terminando de cambiar la última venda—. Tu cuerpo estaba tan magullado que tardo más de lo previsto.

Asiento con la cabeza, sin realmente prestar atención de sus palabras. Mi condición estaba tan mal que pasé inconsciente por casi dos semanas y cuando desperté poco me importaba mi cuerpo, quería un abrazo de mi mejor amigo, pero él no estaba ahí para hacerme sentir mejor.

—¿Selene? —pregunta Luci enfrente de mí. Regreso mi mirada a él—. Déjalo ir, ya pasó.

Niego con la cabeza, sonriéndole con dolor. —No es tan sencillo —respondo—. Pasó más tiempo conmigo del que tú lo has hecho, nos criamos juntos, crecimos juntos. Me acompañó en las buenas, las malas y las terribles, estuvo para mí y yo no le toma importancia y cuando quise demostrarlo, no pude, caí, me rendí.

—No te rendiste —sentencia—. Diste más de lo que tenías y estoy segura de que él lo sabe.

Soy incapaz de responderle con el nudo en mi garganta. Estos tres meses han sido en los que más he llorado en toda mi vida, en los que más sola me he sentido. Nos mudamos, una ciudad nueva, nuevas personas y nuevas experiencias, pero no he tenido la fuerza suficiente para aceptar el mundo de una nueva forma: como humana. La vulnerabilidad me atacó de golpe, no solo físicamente, también mental; me hundí en todos mis recuerdos con Gabriel, nuestras tradiciones cada vez que nos mudábamos, sus risas, sus argumentos cuando discutíamos, su inocencia poco corroída por mí, su apoyo condicional, la forma en que me miraba, sus caricias. Todo él.

—Lo extraño —suelto, una gruesa lágrima recorriendo mi rostro—. Mucho.

Lucifer pasa su dedo pulgar por mi mejilla, limpiando mi rostro y obligándome a verlo directo a los ojos; los cuales me transmiten tristeza, comprensión a lo que estoy sintiendo.

—¿Así te sentiste cuando murió mamá? —pregunto en un hilo de voz.

Su mano cae de golpe sobre mi rodilla, cambia de posición y se sienta a mi lado, soltando un fuerte suspiro mientras pasa una de sus manos por su cara.

—No. Lo que realmente sentí fue enojo, un fuerte enojo hacia ti —admite, negando con la cabeza sin darme la mirada mientras yo frunzo el ceño y espero a su explicación—. Estaba enojado porque tú eras la razón de que yo perdiera al único ser que realmente había amado en toda mi existencia, tú me estabas arrebatando todo.

—Lo siento —me atrevo a decir, subiendo mis lentes por el puente de mi nariz. Aunque no estoy enojada con nadie, siento la perdida que él tuvo que pasar.

—No, no lo sientas —responde, por fin, viéndome a la cara—. Tu madre no lo querría así... Y es por ella que cuando murió también me sentí en paz, porque sabía que ella no me estaba dejando solo, me estaba dejando contigo... Soy consciente que no te he tratado como debería hacerlo un padre a su hija, pero quiero que sepas que yo... Selene, yo...

Las palabras parecen que quedan atoradas en su garganta y por más que lucha en decirlas, se le hace difícil. Pongo mi mano sobre la suya que está en mi rodilla y le sonrío, triste mientras asiento; me acerco a él y planto un beso en su mejilla antes de recostar mi cabeza en su hombro.

—Aunque no lo creas, yo también, papá —respondo por él.

Nos quedamos así por unos minutos, no me apresura ni nada por el estilo, me da mi tiempo, así como ha estado haciendo estos últimos meses. Entonces, como la mayor epifanía de mi vida, en la pared de mi nueva habitación se dibuja el numero ‹‹999›› con los rayos del sol; volteo hacia la ventana para ver que es lo que crea la sombra, pero no hay nada y cuando me regreso a la pared, estos han desaparecido y no queda rastro de ellos.

Oscuridad o Luz ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora