Diez

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Una vez estoy segura que Lucifer se ha ido, dejo escapar un fuerte suspiro. A veces, me gusta pensar que ser hija del diablo es difícil; más, cuando su actitud es de lo peor contigo y lo más encantador lo deja al mundo.

Doy media vuelta y me permito detallar a Gabriel, va de negro de pies a cabeza, literal, incluso lleva una gorra negra.

—¿Para qué la gorra si es de noche? —le pregunto para fastidiarlo.

Gabriel me da una mirada de pocos amigos y luego sonríe, diciendo:
—Me gusta, gracias.

Me encojo de hombros antes de rodar los ojos. ¿Cómo le haremos?, pregunto. Rasco la parte de atrás de mi oreja, cerca de donde tengo mi tatuaje. Mi ángel guardián me da una mirada de que no hay nada por qué preocuparse, mete sus manos en los bolsillos de su sudadera y saca dos pares de guantes, me da un par.

—Manos a la obra —dice con optimismo, típico de él.

Empezamos por recoger los materiales que están desperdigados por toda la oficina, metiéndolos en la mochila del segundo amigo de Tristan. Una vez eso está hecho, viene la tarea más difícil, sacar los cuerpos de aquí.

Gabriel se acerca al cuerpo de Ty, me da una mirada de que me acerque para ayudarle y lo hago.

—Antes de entrar aquí deje el auto de Tristan cerca para poder llevar sus cuerpos —Gabi me da una mirada rápida con esos bellos ojos y sonríe.

Con un poco de dificultad, no por el peso, sino por el hecho de pasar cuerpos por una ventana, logramos sacar los cuerpos y la mochila de los materiales hasta llevarlos a la camioneta.

—Sinceramente, no sé qué hacer con el balde de sangre —le digo a mi ángel guardián.

Su mirada fija en el balde, se rasca la nunca nervioso y hace una mueca.

—Creo que deberíamos dejarla junto con el cerdo —comenta, en su mirada sé que no está seguro de ello, pero no sabemos qué más hacer.

Tomamos el balde y con cuidado lo hacemos pasar por la ventana. Por suerte, el balde no está completamente lleno por lo que decido tomar el riesgo de llevarlo en mis piernas cuando subimos al auto.

—Cuando pasemos por el corral lo lanzare —le digo a Gabriel cuando enciende el motor.

Justo como dije, al pasar por el corral, para no hacer más larga la cosa simplemente tiro el balde hacia el lodo; no sin antes haber pasado un trapo para limpiar cualquier rastro.

—¿Quién mató al animal? —pregunta Gabriel con la mirada puesta en la calle para salir de este lugar.

—Yo —digo a secas.

La vista de mi ángel guardián se ve sorprendida, pero luego pasa a una de decepción.

—¿Dónde está el cuchillo? —su voz es neutra, no muestra emoción alguna.

Suspiro, poniendo mi cabeza contra la ventana —Probablemente, en la mochila de Tristan.

De reojo veo los nudillos de Gabriel siendo apretados por el látex de los guantes, esto por la presión que hace en el volante. Está enfadado. Y eso no me favorece, porque significa que me va a dar un sermón. El tipo de sermón que tendría que darme mi padre, pero que nunca hace porque para él tengo el mismo valor que un cero a la izquierda.

—¿Probablemente? —dice, o más bien, casi ladra —. Sabes que siempre te he dicho que si vas a meterte en problemas, que mínimo no tengan repercusiones legales, Selene.

Ruedo los ojos y tomo aire antes de responder:
—Puedes dejar la paranoia a un lado, por favor —mi voz suena con hastío —. Tampoco es que la cosa haya pasado a mayor.

Oscuridad o Luz ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora