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Apenas era el tercer día de clases pero Eli Moskowitz ya se encontraba metido en problemas. Todo porque Kyler, Enzo y Brucks lo habían estado siguiendo desde que lo observaron salir del baño de varones. Eli iba tan entretenido en la canción que sonaba en sus nuevos audífonos que no se daba cuenta que a pasos silenciosos se acercaban cada vez más a él.
Varios chicos y chicas si se dieron cuenta de las nada buenas intenciones que tenían los bravucones de West Valley. Sin embargo, como era costumbre nadie se dignó a hacer algo al respecto directamente. Temían por su propio bienestar.
Es por ello que algunos decidieron pasar de largo y alejarse de lo que sea que estuviese por suceder, uno que otro consideraron advertirle a la Consejera Blatt, pero la mayoría fingieron no darse cuenta. Aun así se mantuvieron cerca con la mera intención de presenciar el show que estaba por comenzar.
Eli de la nada sintió un fuerte agarre en uno de sus brazos y de la misma manera fue prácticamente estampado contra los casilleros causando que el estruendoso sonido de su cuerpo impactándose duramente contra el metal de estos hiciera eco por el pasillo, luego con brusquedad le quitaron sus audífonos.
—Hola, labio.
La sonrisa maliciosa en el rostro de Kyler, Enzo y Brucks solo logró que la sangre abandonara su cuerpo. Un horrible frío recorrió su espina dorsal al verse acorralado por los tres.
Eli les tenía miedo, ellos lo sabían... y lo disfrutaban.
—¡Oye tranquilo!.—exclamó Enzo al ver cómo comenzaba a respirar entrecortadamente.—Solo venimos a saludarte, no tienes por qué ponerte a llorar...
