Capítulo 4.

3.5K 354 13
                                    

Valentina había conseguido lo que quería: Juliana iba a vivir con ella en Venecia.

No lamentaba el acuerdo al que habían llegado. Era su obligación pagar la pensión alimenticia del niño y era un alivio saber que no iban a pelear por la custodia porque, aunque ella podía pagar a los mejores abogados, los tribunales solían simpatizar con las madres y el amor que Juliana sentía por su hijo era evidente.

Como lo eran su increíble carisma, su voluptuoso cuerpo, sus luminosos ojos castaños, tan llenos de vida, los gruesos labios, el largo pelo oscuro con algunas mechas claras y su bonito rostro ovalado...

Ningún juez sería capaz de resistir las súplicas de una mujer así, de modo que perdería cualquier caso que llevase ante los tribunales.

Habría pagado cualquier precio para que se mudase al palazzo de Venecia ya que ella no podía mudarse a California por multitud de razones. Su viñedo, por ejemplo. Y también su incapacidad de subir a un avión.

Era un alivio que Juliana hubiese cedido. ¿Qué le importaba a Valentina el dinero? Se alegraba de poder mantenerla a ella y a su hijo. Era su obligación, además.

Pero no había mentido sobre querer crear barreras. Convertirla en su empleada habría ayudado mucho en ese sentido, pero era una idea absurda, de modo que ahora iban a vivir en la misma casa... y la deseaba como no había deseado nunca a otra mujer.

Pero Juliana Valdés solo aceptaría amor verdadero. Según ella, esa era la única razón para casarse, la única razón para mantener relaciones sexuales.

«El amor es la base de todo. O debería serlo».

Había crecido con unos padres que se querían y pensaba que eso era lo normal. Por eso había aceptado la propuesta de Chiara, para hacer feliz a otra familia y para intentar curar su propio dolor por la muerte de sus padres. Por amor, todo por amor.

Mientras ella no tenía amor que dar.

Pero tendría que aprender a ser madre, pensó entonces. Aunque siempre había querido tener un hijo para continuar el apellido familiar, era una simple idea, un proyecto. Sin embargo, en dos meses sería responsable de un niño de verdad, un niño de carne y hueso. ¿Cómo iba a saber qué hacer? Había pensado que querría a su hijo, ¿pero y si no era así?

¿Cómo iba a ser una buena madre con el ejemplo que había tenido en casa?

—Es casi medianoche —dijo Odette, abrazando a su sobrina. —¿Seguro que no quieren esperar hasta mañana?

Juliana le miró, interrogante, y Valentina pensó en la diminuta cama en el ático, en lo que había sentido cuando estaban tan cerca.

No aguantaría dos minutos sin intentar besarla, estaba segura.

—Es mejor que nos vayamos ahora. Dormiremos en París —respondió. —Adiós, madame. Gracias por todo.

—Cuida bien de ella, o tendrás que vértelas conmigo.

—No me gustaría tener que vérmelas con usted, madame —dijo Valentina.

Y no era una broma. Odette le recordaba a su abuela, una mujer a la que no debías llevar la contraria.

—¿Me das tu palabra?

Valentina lo pensó un momento. Personalmente era muy puntillosa con su palabra y no era capaz de hacer promesas en vano.

—Sí, le doy mi palabra —dijo por fin.

La mujer asintió con la cabeza, satisfecha, antes de volverse hacia su sobrina.

Deseo y Temor |JuliantinaWhere stories live. Discover now