Capítulo 9.

2.9K 319 13
                                    

El verano pasó rápidamente en el Véneto, una zona vitivinícola que rivalizaba con las más famosas regiones de Toscana y Chianti. Junio dio paso a julio y luego a agosto mientras las uvas crecían en las viñas.

También su hijo estaba creciendo y Juliana se sentía relajada y más feliz que nunca en toda su vida mientras paseaba perezosamente por la finca, sin tener que preocuparse de paparazzi o barcos llenos de turistas dispuestos a hacerle fotografías.

Cada día, Valentina se ponía su ropa de trabajo, vaqueros y camiseta, y se ensuciaba las manos con la tierra junto a los peones de la finca, pero cuando Juliana apareció con un peto vaquero y una camiseta blanca, el pelo sujeto en una coleta y lista para trabajar, Valentina se quedó sorprendida.

—Olvidas que he crecido en una granja —le dijo, riendo.

Nueve meses antes, cuando concibió aquel niño en San Francisco, no hubiera podido imaginar lo maravilloso que iba a ser su futuro. Pensaba que estaría sola y con el corazón roto para siempre.

Jamás se hubiera atrevido a soñar que sería tan feliz.

Aquel día, mientras paseaban por la finca, se cubrió los ojos con una mano para evitar el sol. Había olvidado cuánto echaba de menos el campo. Después de tanto tiempo encerrada en una oficina se sentía cómoda allí como no se había sentido nunca en San Francisco. Estar allí era como volver a la infancia, a su hogar, como había sido antes de...

Juliana apartó ese pensamiento antes de que echase raíces en su corazón. No, no iba a pensar en el pasado, solo en el futuro.

En las últimas semanas había aprendido mucho viviendo en un nuevo país y haciendo nuevos amigos, pero la vida en la granja le resultaba familiar y había empezado a aprender italiano gracias a las clases del ama de llaves.

—Te gusta esta tierra —dijo Valentina mientras paseaban entre las viñas.

—Me encanta este sitio —admitió—. Me recuerda a mi casa.

Valentina la miró entonces con el ceño fruncido.

—No deberías cansarte. Estamos caminando demasiado.

—Andando como un pato más bien —bromeó ella.

—Nunca has estado más guapa —dijo Valentina, tomándola por la cintura.

Juliana había salido de cuentas tres días antes. El médico de Venecia, que se había trasladado a una clínica cercana e iba a verla cada día, le había dicho que si no ocurría de forma natural tendrían que inducir el parto y eso no sonaba nada agradable.

En realidad, nada que tuviese que ver con el parto sonaba agradable salvo el final, cuando por fin tuviese a su hijo en brazos.

—Pasear me sienta bien. El doctor Camilo me dijo que el ejercicio ayuda a inducir el parto.

Valentina la miró, enarcando una burlona ceja.

—También sugirió otras formas de inducirlo.

Juliana soltó una carcajada.

—No querrás decir...

Valentina inclinó la cabeza para besarla apasionadamente, envolviéndola en un abrazo fiero y tierno a la vez.

Cuando por fin se apartó, Juliana miró su atractivo rostro maravillada.

Bajo la luz dorada del sol que bañaba el viñedo, su mujer la miraba como si... Como si...

No, no podía pensar eso. No tenía sentido hacerse ilusiones.

—Volvamos a casa —dijo Valentina entonces, pasando sugerentemente una mano por su espalda.

Deseo y Temor |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora