Capítulo Veinticinco

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25.

La vida es como un árbol, y el tiempo, la tierra que acoge sus raíces.

Sin embargo, esas raíces que sostienen su existencia no son el origen. Nunca lo fueron.
Pues antes de la raíz, estuvo la semilla.

—Antes de atravesarlo cuenta hasta tres. Estará lloviendo y será difícil correr en la oscuridad —dijo ella viéndole con dureza—. Quédate en la orilla, no lo olvides.

—¿Por qué justo ahora? —cuestionó con el rostro fijo—. ¿Por qué a plena luz del día?

El tercero de ellos acomodó sus anteojos con determinación.
—Porque la oscuridad no es buena con los viejos —le respondió antes de alzar frente a él una máscara para poder completar su traje.

La naturaleza posee memoria y sabiduría; mucha más que la mayoría de los hombres.

Es tan simple de ver en los pequeños detalles, como el cambio de las estaciones, cuando las copas de los árboles se deshacen de sus hojas. Una a Una. Ese espectáculo de color se trata de autoprotección. Cuando las hojas no pueden cumplir su función... el árbol simplemente se deshace de ellas.

Ese hermoso otoño como lo conocemos, no es más que la depuración natural de las hojas.

A lo mejor por eso a Kim Yoonji le gustaba ver las hojas que caían desde la ventana de su casa mientras pensaba en lo rápido que había avanzado la vida, sin ella.

También le gustaba vagar por el cementerio del condado, para limpiar un poco la tumba de sus padres, y la suya.

Quizá había muchas líneas; pero este era el punto cero.

A ella le gustaba caminar con los pies descalzos por las calles; incluso si se ganaba una que otra mirada de desconcierto de los turistas que viajaban por allí. Probablemente debería comenzar hablando sobre qué hacía en ese año, o por qué tenía el descaro de llevar flores a su propia tumba; pero era muy largo, y difícil de explicar.

Así que diría que su plan salió tan bien... que incluso ella misma se lo creyó.

Era alguien que pasaba desapercibido, siempre lo fue. Estudió por años, escribió cientos de cartas con instrucciones a su hermano para pedir su ayuda, sin embargo, esta nunca llegó.

Había un detalle muy importante, que ninguno de los habitantes del Condado Mariposa se había detenido a pensar; es más, no tendrían cómo saberlo. Pero las fechas entre las cartas no cuadraban, nunca lo hicieron.

Quizá porque las únicas cosas o recuerdos reales eran los que tenían fecha. Y los demás sólo eran productos del gran colapso.

Ella saltó al lago, debió morir. Creyó que moriría, ese era el plan; pero contrario a los otros condenados, su muerte no estaba escrita. Aun así, nunca la encontraron.

Estuvo allí el día de su funeral, observó de lejos a sus padres, su esposo y su hijo viendo con desdén la caja vacía luego de que no pudieran recuperar su cuerpo. Los amó; pero no quería estar con ellos.

Al menos no cuando sabía lo que eso implicaba. Ninguna persona en esa casa le creyó, todos la tacharon de demente, incluso su pequeño hijo. Y la única persona en la que podía confiar, dejó de contestarle.

Entonces huyó, muchos kilómetros al sur en medio de las montañas en donde se ocultó en esa vieja cabaña que construyó con esfuerzo. Como una lunática, sintiendo la tierra mojada bajo la planta de sus pies y el aire tan puro que la mareaba por instantes.

Su vida pasó, y ella nunca creyó que el futuro que siempre buscó tocar fuera tan despiadado, tan asqueroso. Se reprochó así misma por las decisiones que tomó cuando ese experimento en el que puso toda su fe jamás funcionó.

LA TEORÍA DE KIM.《version one》Where stories live. Discover now