Capítulo 4: Una victoria aplastante

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La mañana del viernes, como cosa rara, Sofía despertaba con el ruido de su alarma: "Strawberry fields forever" de los Beatles. Se estiró antes de levantarse de su cama, caminó hasta su baño para darse una ducha. Se sorprendió con el panorama a su izquierda, pues por primera vez en meses (quizás años), el cuarto de Vanessa estaba ordenado. Subió sus cejas, sonriendo con aprobación y entrando al baño para ducharse con agua helada, por elección propia.

Se sentía orgullosa de su hermana mayor, y eso no era muy común cuando hablaba de ella; sin embargo, algunas cosas comenzaban a cambiar y por alguna razón sentía que se quedaba atrás. Moviendo sus inseguridades a un lado, se paró frente al espejo con una mirada dura y arregló su cabello dentro de una coleta ajustada, diciéndose con la mirada que nada podía hacerla sentir mal.

Caminó hasta la sala de su casa, y distinguió a Vanessa recostada en el sillón, extrañamente arreglada. Tenía el cabello recogido y las ojeras cubiertas con corrector. Además, su uniforme no tenía una sola arruga.

—¿Por qué tan elegante? —interrogó Sofía, dirigiéndose a la cocina de su casa para preparar el desayuno.

—Hoy es la primera presentación del proyecto final —respondió Vanessa, sin despegar la mirada de su celular—. La imagen personal es un criterio a evaluar.

Perfecto, Sofía había podido convencerse de que no tenía miedo por los cambios. En su lugar, estaba completamente aterrorizada.

(...)

La pelinegra tomó asiento en el centro del patio de su bachillerato, en aquella mesa impecable en la que descansaba siempre. Estuvo un buen rato con la mirada fija en una lista, sola con sus pensamientos.

—Tengo que ayudar a Angie con su tarea, ¿debería rogarle al profesor García por puntos extra? —Balbuceó para sí misma, sujetando su frente en su mano mientras chocaba su bolígrafo de pingüinos contra la mesa.

Esa ridícula pelea había alterado por completo su calendario académico, nunca había tenido que rogarle por puntos a un profesor. Nunca.

Miró a la mesa de la derecha, donde Claudia reía a carcajadas con sus amigas, el equipo de básquetbol. ¿Cómo podía estar tan relajada? Era hasta indignante pensar en eso, tenía el mismo promedio que Sofía y no se esforzaba ni siquiera un poco. Solo estaba ahí, riéndose con sus estúpidas amigas sobre algún estúpido chiste.

¿Será que se reían de ella? No lo creía, no la habían mirado. Pero aun así, esa estúpida inseguridad se apoderaba de ella, haciéndola ocultar su rostro entre sus brazos solo para no verlas.

—Buenos días, Soff —escuchó la voz de Emily, que se sentaba al otro lado de la mesa—. ¿Todo bien?

—Sí, sí —aseguró Sofía, sacando su rostro de sus brazos y poniéndose recta. Miró su lista de prioridades, como si quisiera pretender que seguía escribiendo para no mirar a su amiga—. Tengo sueño.

—Tu moño está muy ajustado y no tienes ojeras —afirmó Emily muy segura de lo que decía.

Sofía levantó la mirada, afligida.

—No ajustas tu coleta cuando tienes sueño, ¿qué te pasa? Realmente.

—¿Eres bruja acaso? —interrogó en completa frustración, cerrando su libreta y mirándola—. Bien, tienes razón. No tengo sueño, es solo que...

Sofía no sabía cómo juntar sus pensamientos, ¿qué era lo que realmente le molestaba?

—Mi hermana estaba arreglada como si fuera a visitar a la primera dama, no he tenido una conversación decente con mi novio en semanas, mis notas puede que sean malas —y entonces, escuchó a Claudia reír a lo lejos otra vez, tensó su mano mientras intentaba mantener la compostura, susurrando—, y a eso le sumamos que tengo a la malnacida Claudia Vergara riéndose como si tuviera a Poppy haciéndole un espectáculo en vivo.

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