Capítulo 10: Claudia

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Claudia respiró profundo y abrió sus ojos, mirando a su alrededor notablemente confundida. El ambiente era más luminoso de lo normal, como si los colores brillaran y perdieran la saturación levemente. Detallando el entorno, la rubia se percató de que estaba en el parque más cercano a su hogar, donde había pasado gran parte de la infancia, y que actualmente estaba destruido hasta la última tabla.

Todo se hallaba completamente limpio, como si hubiera sido nuevamente fabricado guiándose por el diseño original. Miró alrededor, acariciando la madera barnizada de la banca donde reposaba. Entonces, escuchó una voz infantil proveniente del otro extremo del parque, en los columpios.

—Claudia, ¿por qué no te columpias? —interrogó una pequeña niña pelirroja, ¿era Cassandra? Se mecía con fuerza, tan alto que si quisiera podría darle la vuelta al soporte de aquel columpio.

Le hablaba a una pequeña niña rubia, que se hallaba sentada en el columpio a un lado, cabizbaja y visiblemente triste, vistiendo unos pantalones a rayas completamente limpios. Claudia la reconoció de inmediato, era ella misma. ¿Por qué sus pantalones no tenían tierra? Lo único que recordaba de su infancia eran aquellos pantalones repletos de mugre, le extrañaba.

—Mi mamá se fue —musitó la pequeña niña, sorbiendo su nariz. La pequeña Cassandra frenó el columpio, estabilizando sus pies y levantando algo de tierra al detenerse.

—¿Pero va a volver?, ella siempre vuelve —respondió la pelirroja. Claudia, mirando a lo lejos, distinguió aquel diseño de trenzas en el cabello de Cassandra, era el mismo que su madre le hacía todos los días—. Necesito que vuelva, mis ligas se rompieron y las trenzas se deshacen.

—Mi papá dice que ya no va a volver —al escuchar la respuesta de aquella niña, Claudia supo de lo que se trataba, reconoció esa única memoria triste al lado de su mejor amiga. No entendía si era un sueño o un recuerdo demasiado vívido, pero decidió levantarse de la banca, caminando hacia las niñas con sus ojos repletos de lágrimas.

Sabía que no podía viajar al pasado y cambiar cómo las cosas habían sucedido, pero podía hacer algo por sí misma. Solo quería abrazar a aquella pequeña niña que había sido alguna vez, sin embargo, cuando intentó tocarla, esta se desvaneció.

Confundida y exaltada a partes iguales, miró de un lado a otro, sintiendo un fuertísimo impacto contra su rostro, que la hizo tambalearse con fuerza; apenas y pudo estabilizarse para no caer cuando vio un balón de básquet, rodando en el suelo.

—¡Disculpa! ¡Lo lancé demasiado fuerte! —escuchó la voz de Cassandra, acercándose a sus espaldas y riendo, la pelirroja pasó su brazo sobre los hombros de Claudia, envolviéndola en un abrazo desordenado—. Parecía que no me escucharas, ¿qué pasa?

—Cassandra —habló la rubia, rompiendo el abrazo y mirando a su amiga de arriba abajo—. ¿A dónde se fueron las niñas?

—¿Qué niñas? ¿Te golpeaste la cabeza? —interrogó Cassandra, riendo fuertemente—. Te está haciendo efecto eso de comer cosas raras, ¡no hay ninguna niña aquí! Solo somos tú y yo.

Claudia miró a su alrededor, estaban solas, y el parque estaba completamente destruido nuevamente. Le devolvió la mirada a su amiga, que la observaba en confusión, mientras se encogía de hombros con gracia.

—¿Qué tanto miras? ¡Tenemos que irnos, es tu cumpleaños! —Inquirió, tomando su muñeca y arrastrándola fuera del parque, caminando con rapidez hasta su casa—. ¡Quince años no se cumplen todos los días!

—¡Pero Cassandra...! —Claudia habló más agitada de lo común, corriendo a su lado... más bien, siendo arrastrada por ella, tropezando al intentar seguirle el paso—. ¡Tengo dieciséis!

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