Capítulo 16: Halloween en Noviembre

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Eran las tres de la tarde y Sofía estaba lista para irse, aunque no quisiera. Había llegado el treinta de noviembre, y a pesar de que suplicó y se negó tanto como pudo, su madre la había obligado a asistir al cumpleaños de Christian.

Se sentía mal por faltar al partido de Claudia, sería el primero de la competencia en el que no estaría. No le gustaban los deportes, pero le agradaba reunirse con Claudia y sus amigas una vez cada dos semanas, la hacía sentirse como una adolescente normal por momentos.

Desde los últimos días, Sofía sentía que su mundo se había descolocado. Quizás había cambiado demasiado, y ya no podría volver atrás, la simple idea la asustaba. Ya no le gustaba estar en su casa, las cosas estaban tensas entre su madre y ella. No podía ver igual a sus compañeros del grupo de jóvenes, e incluso había tenido una gran desconexión con Dios. Esta última era la que más le asustaba, quería ser feliz, pero no sabía si eso estaría bien en lo que respectaba a su relación con Dios. Todos le decían que para ser un buen cristiano se debía renunciar a ciertas cosas, ¿pero valía realmente la pena el ser llanamente infeliz por ser una buena cristiana?

Tomó un segundo para hacer lo que su corazón dictara, se acercó a la orilla de su cama y se arrodilló para rezar.

—Padre nuestro, que estás en el cielo... —Repetía la misma oración que toda su vida. No se sentía en confianza para pedir sus deseos en voz alta, siempre había sido de esa forma.

Aunque lo no gritó a los cuatro vientos, le pedía a Dios que la hiciera feliz, a su manera. Que le permitiera a su madre abrir un poco su mente, y que la perdonara por haberla abofeteado, porque Sofía ya lo había hecho. Pero sobre todas las cosas, le pidió que nunca dejara de amarla, sin importar cuánto cambiara, porque necesitaba saber que alguien la amaría incondicionalmente, a pesar de ser... ella.

A pesar de ser lo que sea en lo que se hubiera convertido durante los últimos meses.

— ¡Sofía Alejandra! —llamó su madre desde la cocina.

La nombrada se aceleró levemente, levantándose del piso para mirarse en el espejo y asegurarse de que su maquillaje estuviera bien. Al mirar su reflejó, notó que su rímel se había corrido un poco, ¿había llorado?

— ¡Ya voy! —Le respondió, limpiando sus ojos con las yemas de sus dedos.

Caminó rápidamente hasta la cocina, completamente segura de que se veía hermosísima, aún luego de su lloradita diaria.

—Christian está afuera —dijo su madre una vez Sofía llegó a la cocina.

Le dio su teléfono en las manos.

—Para que me llames en caso de emergencia, nada más —su madre le había decomisado el celular el viernes—. Cuando termine la fiesta, Christian te va a llevar a casa de tu papá, le entregas el teléfono a él.

Sofía asintió.

—Gracias, mamá.

Y entonces, salió de su casa y subió al auto de Christian. Apenas cerró la puerta del auto, su novio la recibió con una enorme sonrisa.

—Cariño, ¿qué tal todo? —la saludó, inclinándose para darle un beso en los labios. Sofía echó el rostro hacia atrás, esquivándolo—. ¿Qué pasa?

Al notar la confusión en el rostro de Christian, Sofía se alarmó. Siendo completamente sincera, ni siquiera ella sabía por qué se había alejado. Pensó en algo rápidamente:

—El labial —se excusó—. No se ha secado.

—Bueno —Christian se encogió de hombros.

Sofía pudo soltar el aire que retenía en sus pulmones cuando vio que Christian seguía calmado. Al parecer, iba a ser un buen día; Christian estaba de buen humor.

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