Capítulo dos

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Los humanos solían guiarse más por los demonios que por los seres celestiales, tenían actitudes que ni en el mismísimo infierno serían capaces de adoptar: egoístas, lujuriosos, malvados...

Hasany estaba harto a pesar de ser sólo el principio, de nada le servía su bondad cuando después llegaba Hannsik con su malévolo encanto y ya lo echaba todo a perder. Había dejado de ser un juego hacía mucho tiempo, ahora ya parecía una batalla.

—Acabas de besar a un humano —se sorprendió cuando la vio por segunda vez en uno de esos clubes de mala muerte que solía visitar, allí era mucho más fácil ser ella misma. Claro que la idea de sembrar el caso en una Iglesia se veía todavía más tentadora que eso, pero prefería ir de a poco—. ¿Estás demente?

—No te pongas celoso, angelito —se burló mientras apoyaba ambos codos en la barra—. Besar no es lo único que hago.

—No me digas que ya has cruzado la línea... Diablilla, eres igual que tu padre, dirán de ti lo mismo que han dicho de él durante todos estes años.

Lo miró con mala cara, no porque le importase lo que pudieran decir o no de ella, sino porque parecía que a él sí le importaba. ¿Quien era él para meter sus alas en territorio quemado?

—Mira, guapo, voy a prender fuego a tus plumas como no te calles de una maldita vez.

—Las amenazas no van conmigo, además no harías gran cosa... Soy digno hijo de mi padre y tengo sus mismos poderes —sonrió, mostrando sus blancos y relucientes dientes.

—¿Quieres apostar? —alzó una de sus cejas, antes de que él respondiera un camarero lo interrumpió. Ella sonrió con autosuficiencia y miró al chico con coquetería—. Ponme lo más fuerte que tengas y dime cuánto cuesta...

El hombre cayó en sus encantos de inmediato, ser un demonio también tenía sus beneficios. Hannsik aprendió que revoloteando sus pestañas y mordiendo su labio inferior podía conseguir todo aquello que se propusiera. El sexo masculino solía caer muy fácilmente.

—A esta te invito yo, nena —respondió cuando dejó el vaso frente a ella—. Aunque si quieres pagar de otra forma no me negaría.

Su mirada estaba fija en sus apretados pechos bajo la tela del pequeño top que llevaba puesto esta noche. Ella dejó escapar una risa burlona y se inclinó hacia delante con el fin de provocarlo todavía más.

—No, ella no pagará de otra forma —el ángel interrumpió su tonteo para llamar su atención, el camarero tomó eso como una clara señal de que se estaba metiendo en territorio ocupado y no tardó en desaparecer de su vista—. Deja de hacer eso.

—¿Hacer qué?

—No te hagas la inocente conmigo que no te funciona, sabes muy bien a lo que me refiero. No puedes ir por ahí sembrando el caos.

—Por supuesto que puedo, no he visto a nadie impedírmelo.

—¡Por algo estoy yo aquí!

—Pues no veo que estés haciendo gran cosa.

—Intento que entres en razón.

—No seas ridículo, deberías de saber de sobra que no somos seres que entran en razón, estás perdiendo tiempo conmigo.

La miró a los ojos y después descendió para fijarse en su atuendo, la ropa no era algo que a él le llamase demasiado la atención, la gran mayoría de los humanos se vestían de forma similar y a él le daba bastante igual.

—¿Tienes algún problema con mi forma de vestir?

—¿Qué? Claro que no... Vas muy bien.

—Ah —se sorprendió al escucharlo, esperaba un reclamo como mínimo, para los ángeles no sería adecuado porque iba enseñando demasiado—. ¿Estás seguro?

—Tienes un buen cuerpo y lo que llevas puesto esta noche no hace más que confirmarlo —se encogió de hombros de forma desinteresada—. Vas provocativa, pero ese ya no es asunto mío, eres una diablilla y no vas a vestirte como una monja.

—Hay monjas muy cachondas —señaló con diversión—. Ayer estuve en un convento, no sabes lo bien que se lo pasan las monjas cuando están a solas, son creyentes de Dios pero se dejan llevar por cosas del diablo.

—Si yo estuviera ahí...

—¿Te habrías unido?

—¡Por supuesto que no! ¿Por quien me tomas? —chilló horrorizado—. Iba a decir que eso no habría ocurrido.

—No, Hasany, eso habría ocurrido igual, sabes mejor que nadie que los humanos son muy fáciles de corromper y prefieren seguirme a mí antes que a un buen angelito como lo eres tú —fingió un puchero—. Una pena, esto no es el cielo y la verdad es que se asemeja bastante al infierno, hace más frío que allí abajo pero por lo demás es muy similar.

El ángel suspiró, ese pensamiento ya había pasado por su cabeza en varias ocasiones. ¿Desde cuando el mundo se estaba yendo tan a la mierda que ni siquiera un ángel era capaz de solucionarlo? Las personas tiraban basura para contaminar el tan bello planeta que Dios había creado, al menos un caso de feminicidio aparecía en las noticias cada día, las mascotas eran abandonadas por sus dueños, los niños se burlaban de otros solo por su físico, la pobreza en algunas familias seguía siendo un grave problema, mucha gente moría de hambre de forma diaria, el amor seguía siendo un problema cuando eran personas del mismo sexo, el color de piel separaba a las personas, había seres que veían el maltrato animal como un arte (tauromaquia)... Y podría seguir enumerando uno tras otro, pero con solo pensar en ellos le dolía la cabeza.

El mundo estaba patas arriba.

Pecando en el cielo Where stories live. Discover now