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Hay días en los que me gustaría que Margarita siga en casa. Como hoy.

Llegué con el pastel que sobró, bolsas colgadas en el mismo brazo y unos globos atados. Con la otra mano luchaba para abrir la puerta y en mi boca estaba un con cigarrillo que si el encargado del edificio me veía con él en el pasillo, estaría fuera. Después de forzar unos segundos, logre entrar. Tiré las bolsas en el sillón junto a los globos de tonos violáceos. Abrí la tapa del recipiente donde estaba el pastel y sacando un tenedor de mi alacena comencé a comerlo.
Me sentía vacío y desganado. Como si un auto me hubiera pasado por encima o hubiera sido uno de esos días donde había tantos cuerpos que no me daban las manos para pesar cerebros. Me estaba comiendo mis emociones en una estupida tarta que sabía bastante mal y tenía forma de una escena de crimen decorado con tiras amarillas y una forma de un muerto en negro. Estaba bien hecha, pero era muy azucarada. Lily la había hecho.

Me desabroché la camisa en el silencio de mi casa, media oscura, que solo la iluminaba la lamparita de al lado del sillón, tenue y cálida. Me daba más vibras de querer morir.

Cuando no pude comer más, miré la hora. Era bastante tarde. De todos modos llamé mientras me limpiaba la boca por el exceso de dulce. Necesitaba solo una pequeña charla con él, que me haga recordar por qué seguía haciendo todo lo que hacía.
Mi ex esposa me atendió, medio enfadada por el horario. Con un par de suplicas me concedió una rato en la cual me animaba. Sonreí escuchando sobre una película que le gustaba ver, sobre un hombre que se convertía en superhéroe y le salían un par de brazos de la espalda. Me prometí que la vería con él apenas viniera a visitarme. Al cabo de un rato Beck me avisó que se iba a dormir, diciendo que era demasiado tarde para charlar. Era verdad; era la una de la mañana.

Me quejé un poco de mí mismo. Estaba sudado pero no tenía ganas de bañarme, estaba lleno pero quería una cerveza, me dolía la garganta y quería fumar. Estaba incómodo, incomodísimo. Incómodo con mi nueva vida, mi nuevo trabajo, el cambio de amigos, y la cantidad de abrazos de despedidas que obtuve hoy.

Alrededor de las tres, con la ropa puesta y un dolor de cabeza insoportable; me dormí. Finalmente. A las cinco me desperté por la incomodidad, que la ignoré y seguí durmiendo. No tenía ganas de arroparme o acomodarme. A las seis me desperté de nuevo por la misma causa y a las doce porque tocaron timbre. Realmente traté de ignorarlo, pero insistió e insistió. Así que tuve que levantarme, con la camisa arrugada y abierta, el pantalón medio arremangado y sin zapatos.

-Buen día. Supuse que estaría así hoy. -Levantó los hombros. Niall tenía una bolsa plástica en su mano derecha y un café en la izquierda.

Lo miré un rato, pensando en el sueño que tuve una vez. No sabia si venia a amenazarme, a hablar mal de Kate o a ser buen amigo. Lo dejé pasar masajeándome los ojos.

-Te cogiste a Kate. -Empezó, yendo a mi nevera para sacar una cerveza, sentarse en el sillón y poner sus pies con zapatos sobre la mesa. -Es increíble. ¿Es así de dulce como imaginamos? ¿Lo hace bien?

-Cállate. -Me dolía la cabeza.

-¿Valió la pena irte por follar? No te juzgo, yo también me lo pensaría. -Suspiré, cansado. -Te traje café, está sobre la mesa. -Señaló. -La vi a Kate salir del hospital más tarde, iba apurada.

-¿Y?

-Y... no tenían con crema por lo que pedí que lo hagan con leche.

-Con Kate. -Desesperé y él lo comprendió.

-Ah. Nada, solo comentaba. -Lo vi tomar un trago. Busqué el pastillero junto a un vaso de agua en la cocina, me dolía la cabeza asquerosamente. -Creo que deberías intentarlo con ella.

ForenseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora