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Pero ella siempre había mantenido la creencia de que los años de la esposa nunca deben exceder a los del marido. ¡Una diferencia de esa clase, frecuentemente, por desdicha, originaba una vida de infelicidad. Eugenia entendía que mi edad no pasaba de los veintidós años, en cambio yo, por el contrario, parecía ignorar que los años de ella sobrepasaban muchísimo ese número!
En todo aquello, mi amada mostraba una nobleza del alma, una digna sinceridad que me deleitaba y me encadenaba a ella para siempre.
-Mi amadísima Eugenia -dije-¿qué importancia tiene lo que estás diciendo? Tus años son algo más que los míos. Pero, ¿qué importa eso? Las costumbres del mundo no son sino necedades convenidas. Para los que se aman como nosotros, ¿en qué puede diferenciarse una hora de un año? Yo tengo veintidós, de acuerdo; en realidad, ya casi tengo veintitrés. En cuanto a ti, no tendrás más de... de...
Al llegar a aquel punto me detuve, esperando que Eugenia me interrumpiera, comunicándome su edad. Pero una francesa raramente habla en forma inequívoca en tales ocasiones, y siempre dispone de alguna hábil escapatoria verbal. En nuestro caso, durante unos momentos pareció buscar algo que decir, y finalmente dejó caer sobre la hierba una miniatura que yo recogí.
-Guárdala -ordenó ella, con una de sus más fascinantes sonrisas-. Guárdala como recuerdo mío de ese momento, como recuerdo de la que está ahí retratada y demasiado favorecida. En el dorso podrás descubrir la información de lo que parece interesarte. Ahora se está haciendo de noche, pero mañana podrás examinarla con calma. Mis amigos preparan a estas horas una reunión musical, y también te prometo la asistencia de un buen cantante.

Narraciones Extraordinarias.Where stories live. Discover now