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Su belleza excedía a todo cuanto yo había expuesto, pero algo me desconcertó, sin que pudiera explicarme exactamente qué era.
Mis sentimientos mostraron menos arrobamiento, pero más profundo entusiasmo. Aquel estado de ánimo lo originaba, quizás, el aire de madonna del rostro. Sin embargo, al pensarlo más, comprendí que no era solo ese detalle. Existía algo más; un misterio que yo no podía descubrir, y que aumentaba mi interés. En realidad me hallaba en ese estado del alma que predispone a un hombre joven y enamoradizo a cometer cualquier extravagancia. Si esa dama hubiera estado sola, yo habría entrado en su palco, y le hubiese declarado mi amor, arriesgándome a cuanto pudiera suceder. Afortunadamente, la acompañaba un caballero y una mujer de notable hermosura, quien, según parecía, era unos años más joven que ella.
Hilvanaba mil planes para ser presentado a la mayor de las dos damas y, por el momento, ver su belleza con más claridad. Hubiera querido cambiar mi localidad por otra más cercana a ella, pero esto era imposible porque el teatro estaba abarrotado. Además, las severas exigencias de la moda habían prohibido el uso de gemelos en el teatro; lo prohibían terminantemente. Por fin, se me ocurrió hablarle a mi amigo.
-Talbot, usted tiene gemelos de teatro -le dije-. Préstemelos.
-¿Gemelos de teatro? ¡No! -exclamó, alarmado-. ¿Qué supone que pueda hacer yo con unos gemelos de teatro? -Y acto seguido se volvió impaciente para mirar hacia el escenario.
-Talbot -insistí yo, apoyando una mano en su hombro-. ¿Quiere escucharme? ¿Ve usted ese palco de proscenio? ¡No, el de la derecha! ¿Ha visto en su vida una mujer más hermosa?
-Efectivamente es muy hermosa -contestó él.
-¿Quién será?
-¡En el nombre del cielo! ¿Es que no sabe quién es? No conocerla demuestra que tampoco usted es persona conocida.

Narraciones Extraordinarias.Where stories live. Discover now