Toda mi familia ha podido ver fantasmas desde que nació.
Una maldición de la que me creía exento hasta el día de ayer en el que, mientras comía un tazón de cereales en mi mejor pijama, un fantasma tintado en blanco y negro vino a visitarme.
Ahora e...
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—¡Déjame en paz!
Me acerqué tratando de ahorcar al fantasma que me había estado atormentando durante toda la semana. Él sonrió viendo mis manos traspasar su cuello.
—Lo intentaste —consoló encogiéndose de hombros.
Sentía que una vena del ceño me reventaría en cualquier momento.
Desde pequeño los fantasmas no representaron nunca un problema en mi vida diaria. Mi familia entera podía verlos, excepto yo. En lugar de sentirme excluido lo veía como un golpe de suerte. Mi golpe de suerte me había mantenido exento de noches de insomnio, traumas, problemas en mi vida personal y estrés.
Hasta ahora.
El fantasma que acababa de tratar de ahorcar no apareció hace mucho, fue una noche en la que cenaba cereales cuando las luces se fueron. Suspiré levantándome de mi silla y me asomé a revisar si era un problema de electricidad en los departamentos. Últimamente pasaba mucho, mi hermano insistía en que era culpa de las tormentas y el poco mantenimiento que le daban a la electricidad.
Daba lo mismo, nos íbamos a mudar de apartamento dentro de poco. En cuanto Kurou volviera de quién sabe qué dimensión comenzaríamos a empacar.
Me confundí bastante al descubrir que no solo todos los vecinos tenían electricidad, sino que en casa también la había.
La tele había sido desenchufada.
—¡Kou! —grité lo más que mi aún no desarrollada voz alcanzaba—. ¡Creo que hay ratas...! O algo así...
Subí las escaleras y me golpeé mentalmente al recordar que mi hermano no estaba desde hace unos días.
Esto lo tendría que resolver yo sólo, como el adolescente casi independiente que era a mis dieciséis. Bajé de vuelta escuchando la tele encenderse de nuevo. No recordaba haberla conectado...
—¡Buenas tardes, Buenas noches! —gritó la voz de la televisión a la vez que una mano salía de la pantalla.
Retrocedí de prisa cayendo encima de mi trasero y grité por instinto tirándole a la tele todo lo que tuviera a mi alcance. Cojines, cucharas, una calceta y la misma caja de cereales.
