Toda mi familia ha podido ver fantasmas desde que nació.
Una maldición de la que me creía exento hasta el día de ayer en el que, mientras comía un tazón de cereales en mi mejor pijama, un fantasma tintado en blanco y negro vino a visitarme.
Ahora e...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Ambos despertamos de golpe, las cosas que flotaban mientras dormíamos cayeron al suelo apenas abrimos los ojos. Todo apuntaba a que habíamos tenido el mismo sueño, pero me daba demasiado miedo preguntar y que estuviera equivocado.
Para mi buena suerte, Adrián fue quien habló al respecto después de darle una rápida mirada al celular.
—¿Esos eran recuerdos tuyos?
Prendí la luz de la lámpara, presionando el botón sin tanta dificultad como antes. Me sentía más fuerte, casi corpóreo, ahora podía recargarme en las cosas sin traspasarlas.
—Ellos me quitaron todo, mi identidad, mi nombre... —mi voz tembló—. Alfredo... Me llamo Alfredo.
No estaba listo para saber eso, y creo que Adrián tampoco. Iba a ser difícil seguir hablando después de eso.
El azabache se hundió en las sábanas con un aspecto de mareo.
—¿Puedes irte? Quiero estar solo.
Aguanté las ganas de gritarle y restregar en su cara que yo le había advertido que era mala idea. Que lo último que quería era estar por mi cuenta después de recordar tales cosas.
No reclamé porque no me sentía con el derecho a hacerlo.
—Perdón —pedí en cambio, sabiendo que no era quien debía disculparse.
Era inevitable, un impulso.
Adrián no respondió, sólo se encogió más en su cama.
Ya sabíamos algo que parecía ser muy importante, pero la pieza más importante (saber cómo morí) seguía perdida.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.