La última puerta

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Por: TaliMau

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Por: TaliMau

Eran bien entradas las doce de la noche cuando un perro negro interrumpió la paz que lucía la plaza principal del pueblo "San Fernando". Pisó los macizos de flores, espantó a un gato que deambulaba perdido y derribó a su paso cuanto obstáculo encontró; hasta detenerse frente a una joven de ondulado cabello oscuro que, distraída, contemplaba la luna. Con su hocico echando espuma, se abalanzó hacia ella. Daiana, atravesada por tan espantosa imagen, gritó. Para evitar que el animal la mordiera en el cuello, como un escudo colocó su mano izquierda y aquellas fauces abiertas fueron a cerrarse contra esta. Era la culminación de una serie de hechos catastróficos que habían sucedido aquel día.

El eco atrajo a los vecinos y pronto la joven se vio rodeada y a salvo. El perro, sin embargo, había huido al bosque y nadie se atrevía a seguirlo. Una mujer la acompañó a su casa y luego la vio el médico. La noticia cayó como una maldición sobre ella, se temía que el canino tuviera rabia.

—¿Cuánto tardaré en... morir? —se atrevió a preguntar.

—¡Oh, cariño, no hables de "eso"! Pasará cuando el señor lo disponga—intervino la mujer que la acompañaba, espantada por haberse mencionado a la muerte en su presencia. ¡Y justo ese día!

Los habitantes de aquel olvidado pueblo eran muy supersticiosos y el 31 de octubre era tomado muy en serio. Halloween era considerado allí como "Noche de brujas", sin embargo no se festejaba como en otros países. Se creía que esa noche despertaban todas las brujas y atacaban a los habitantes. Por lo tanto, la aparición que produjo un perro callejero enfermo, causó mucho revuelo y temor. ¡Una bruja transformada en perro!, murmuraban todas las devotas señoras que vivían en aquellas lejanías.

El médico presente tenía el pensamiento en otro lado.

— No se alarme, señorita, aún no estamos seguros de que esté infectada. ¿Sabe?, la rabia está erradicada en este país. Nunca, en toda mi carrera, he visto un caso. Y mire mis canas —aseguró, señalando su cabello nevado. Luego agregó—: Además no veo una herida muy profunda, solo dos raspones.

Daiana no estaba de acuerdo, le dolía mucho el brazo y veía claramente en su piel la marca de dos colmillos. El médico intentó calmarla hasta que, medianamente, lo logró. Recién entonces se despidió de su paciente.

Los síntomas casi aparecieron de inmediato, aunque el doctor le informó antes de irse que, si había contraído la enfermedad, tardarían semanas o años incluso antes de que pudiera tenerlos. Era la una de la mañana de ese fatídico mes, cuando comenzaron... con un fuerte dolor de cabeza.

Daiana se levantó de la cama, había intentado dormir sin mucho éxito. Lo que le había pasado durante las últimas horas la habían alterado tanto que le fue imposible cerrar los ojos. Bajó la escalera hacia la cocina. Vivía sola desde la muerte de su madre, tan solo hacía un año. Tomó un vaso de la alacena y lo llenó del líquido claro.

Antología: Criaturas de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora