El corazón de la naga

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Por: AnyaJulchen

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Por: AnyaJulchen

En la superficie del té no quedaba rastro de humo cuando el mayor de los hermanos, abrió la boca. Sus pendientes de rubí se reflejaron en los bordes de la tetera y las tazas blancas con detalles dorados. En el asiento contiguo al suyo, el rostro de su hermano era la exacta copia de estupefacción y de incredulidad.

—¿Están hablando en serio ahora? —Las comisuras de sus labios temblaron al intentar transformarse en una sonrisa, sus gestos muriendo al instante en cuanto comprendió la expresión de sus padres, tan vacíos de alegría como si los niños hubieran insultado a sus muertos. El chico dejó los hombros caer, cubriéndose la boca mientras otra mano acariciaba la muñeca del más pequeño de la familia. Su dedo índice y pulgar sostuvieron el brazo, su atención en el pulso bajo la piel.

Ladeó el rostro al sentir apenas el cosquilleo de su corazón. La faz otrora caramelo tostado era cenicienta, gotas de sudor brillantes en su frente y su barbilla. Sus pupilas eran puntos de aguja en sus iris azules. Apretó más el agarre, apenas zarandeando la extremidad para lograr que volteara. Pese a la calma de sus gestos, su alma completa parecía turbada por los papeles y los libros organizados sobre la mesa.

Sin embargo, no existía culpa en reaccionar así. Hari volvió la mirada a los mapas de localizaciones extrañas, las múltiples fotografías de pinturas antiguas y fotocopias de trozos de libros que apenas lograba descifrar. Se inclinó en la silla, el retrato de una serpiente gigante mitad hombre, mitad bestia, carbón negro de ojos de rubí. Tragó, dejándose caer de nuevo en su sitio.

¿Quién podría creer de buenas a primeras en unas bestias así?

—Es hora de aceptarlo, mis queridos hijos. Todos somos Naga, desde el nacimiento hasta la muerte. —El timbre de su voz era grueso, rudo. Recordaba en parte a la voz de Vishnu, aunque su facilidad con las palabras era algo heredado directo a su hijo mayor.

La madre permaneció en silencio, sus ideas solo atentas a los movimientos de los niños ya no tan niños frente a ella.

Sobre los restos de galletas a medio mordisquear, los hermanos intercambiaron una mirada entre sí antes de volver a sus padres. En diferentes segundos de ese instante, ambos se fijaron que el signo de la familia no era un ocho, sino una serpiente siempre persiguiendo su cola.

—Por supuesto que no. —Exclamaron al mismo tiempo, de acuerdo como no ocurría en años. Si es que alguna vez existió un tema en el que se miraran cabeza a cabeza.

Esa noche, Vishnu no pudo dormir.

No era por falta de cansancio. Apenas iniciaba su penúltimo año de secundaria y estaba aplastado por la presión social, académica e interna de las expectativas sobre él. Tampoco lo era el ambiente. Pese a que estaban en una de las casas vacacionales familiares que menos usaban, las camas eran cómodas y las habitaciones frescas y limpias. Ni siquiera era el ligero silbido de Hari al respirar, ruidoso incluso cuando se encontraba por completo dormido.

Antología: Criaturas de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora