[🩸] Día dos: Que lleve la palabra "muerte" o "sangre" (o las dos).

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Él siempre había sido un chico creyente en las brujas, en las de verdad y no en las que pintaban en los cuentos.

Por eso supo descifrar el malicioso brillo en los ojos de su Celestina cuando volvió a la mesa, por eso mismo fingió beberse el contenido de su vaso pero en realidad no lo hizo. No existe mejor hechizo que la inteligencia cuando se mezcla con las malas intenciones.

Era un buen actor y podía mentir a la cara diciéndole "te amo" para simular el efecto de ese hechizo en el que no había caído. 

—Te he preparado uno de esos tés que tanto te gustan —habló dejando la taza sobre la isla de la cocina, en donde la bruja tenía sus brazos apoyados y esperaba a que su gato llegara hasta ella—. Bébetelo, bótelo todo.

Claro que las hierbas del té no eran las únicas que había usado. Ahí dentro había vertido uno de los venenos más potentes, infalible hasta con las brujas.

—¿Sabes que antes se quemaba a las brujas? —preguntó con fingida inocencia mientras la abrazaba por atrás, sus labios hicieron contacto con la piel de su cuello antes de dirigirse a su oreja—. Yo quiero quemarte...

—¿De que manera?

—Ya sabes, en la cama, cuando nuestros cuerpos arden de pasión —susurró seductor.

¿Y quien iba negarse a una petición sexual tan tentadora? Hasta las brujas caían en los encantos de los humanos.

No era un humano cualquiera, no era casualidad que estuviera allí. Sus padres le habían enseñado todo lo que sabía sobre lo mágico, incluso a usar aquellas armas que lo salvarían en ocasiones peligrosas. Pero él no se conformó con eso, él buscaba ser el héroe de una epopeya corriente, por eso se hizo cazador, por esa misma razón esa brujita terminaría muerta ese mismo día.

La chica se quedó dormida en su pecho tras finalizar el acto sexual, pero su sueño no fue muy largo pues el veneno ya había causado efecto. Se levantó tosiendo, una de sus manos fue directa a su boca e, inevitablemente, se asustó cuando la sintió líquida. La palma estaba empapada de sangre que no dejaba de salir de su garganta cada vez que tosía.

—Usando tus hechizos contra ti, bruja —espetó cuando la vio ahogada en su propia sangre. Se regocijó de alegría al verla en ese estado, orgulloso de ser él el causante de su muerte.

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