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Jiang Cheng era una tormenta en un vaso de agua.

Él había crecido en una familia de valores antiguos, muy conservadora y estricta a su mandato, eran duros con lo hombres y suaves con las mujeres, dónde era visto más por comparación que por sus hazañas, había entendido en su joven vida que, sin importar lo que hiciera, sería desestimado y comparado con alguien mejor, con alguien que mostrara más avances que él, por pequeño que fuera.

También creció con la fiel idea de que si no lograba lo que se proponía, entonces no servía para nada y no tendría valor en esta vida, así mismo debía seguir el ejemplo y enseñanzas  de sus antepasados para no ensuciar el nombre de su familia, era una desgracia ser el hijo varón de la familia Jiang, no lo malentiendan, él ama a su hermana, pero se lamentaba tener que llevar tanto peso en sus hombros.

Tampoco es que él quisiera ser mujer, se sentía a gusto con su persona, solo quería que fuera igual las circunstancias de crianza, por qué al contrario que su hermana, que le dejaban hacer lo que quisiera y tener lo que pidiera, a él, por el contrario, le tocaba sudar, llorar, sangrar y hasta rogar, por un mínimo de trato amoroso, su madre, una persona fría que juzgaba todo de él y su padre, un desinteresado que no le ponía la suficiente atención a su hijo y que dejaba que su esposa maltratara a este con palabras ofensivas y comparaciones sin sentido.

A veces,  Jiang Cheng imaginaba una vida diferente, donde, tal vez, tuviera un hermano mayor que entendiera su pesar, y se preguntaba, si sus padres, al tener otro hijo varón, no serían tan estrictos y tan condescendientes, también creía en la idea de que dejarían de compararlo con todos y le darían ese amor y calor familiar que tanto anhelaba, y él solo esperaba tener un hermano para poner una parte de su carga, donde recargarse en sus tiempos difícil y llorar a rienda suelta sin ser juzgado. 

Imaginaba una persona amorosa con él, que le diera lo que su familia no le daba, aunque su jiejie era otra cosa, él sentía que no era suficiente con el amor que su hermana mayor le daba, pues aunque ella le diera tanto amor, la mayoría de ocasiones era como ver una estatua a su lado, pasaba por alto los insultos a su persona y solo daba una sonrisa como aliento, ofreciendo a su paso un plato se su famosa sopa de raíz de loto, si, su comida era exquisita y nadie se podría negar a probarla, pero en ocasiones se necesita más que eso para curar un alma destrozada como la suya.

Así que pensó una vez más, que al menos, con un hermano, de sangre o no, ya no tendría que fingir ser alguien que no era, y mucho menos tendría que estar pendiente de siempre ser perfecto, pensó, anhelo, que esa persona misteriosa que solo vive en su mente, fuera un pilar, donde peleará a su lado, donde le tendiera la mano, lo protegiera y dónde diera todo por él, pero era un sueño egoísta y por eso mismo prefería dejar que solo viviera en su mente.

No había nadie en el mundo que sintiera siquiera clemencia por él.

Y no había nadie en el mundo que quisiera ser hermano de un inútil como él.

Entonces, si no lo podía tener en el mundo real, lo tendría en el mundo imaginario, su propio mundo, donde nadie se lo quitaría y donde el fuera la única persona que estuviera a su lado, sin importar si todo lo demás se desmorona, estaba seguro, que en su zona de confort era donde más amado y tranquilo estaría.

Jiang Cheng había entendido eso desde una edad muy temprana, y es por ese mismo motivo que se esforzaba tanto; y es la misma causa del por qué se cree insuficiente hacia los demás, era por qué sin el amor de una familia, las palabras ofensivas, las comparaciones desmedidas, un niño a su edad, podría romperse tan fácil como el pétalo de una rosa, y marchitarse tan rápido como la misma.

No, incluso si no es un niño, cualquier persona se sentiría herido si su vida fuera tan lamentable como la de él.

Por eso el prefería ya no tener sentimientos.

EL RENACER DE LOS HÉROESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora