Capítulo 2

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Capítulo 2

"Una reina solitaria"

Estaba tratando de procesar toda la información, solo somos proyectos del ser supremo, los cuales supervisa el jefe. Me trataba de convencer de que al menos fui planeado y que debía de ejercer mi propósito, porque no solo soy un número en un viejo libro.

Después de dejar con sigilo la ciudad de Jade y prometerle a Rubí que nos veríamos cuando regresara, me dirigí al mundo Nexus para ayudar a la reina Auret. Al menos el hecho de saber que estaba por conocer a una reina me tranquilizaba.

El mundo Nexus, según Galios, es un lugar en el cual los cuatro elementos de vital importancia se cruzan y forman un núcleo, dándole así su nombre. Nunca había ido, pero todas las descripciones que me habían dado no le hacían justicia a la majestuosidad que estaba viendo.

Me acerqué a un gran mostrador de piedra que estaba frente al gran núcleo de luz, que he de suponer, es el cruce de los cuatro elementos.

—¿Destino? —una voz chillona me pregunta detrás de aquel mostrador.

—Mi nombre es Za...

—¿Destino? —me interrumpe.

«Pero ¿qué acaba de ocurrir?». Pensé.

Respiré hondo, subiendo mi pecho para una mejor proyección de mi voz.

—La reina Auret a solici...

—¿Des-ti-no? —volvió a interrumpir.

Lo observé con seriedad.

—La nación del agua —dije un tanto irritado.

—Si no tiene un destino, no hay pase. Tenga un lindo sol creciente —concluyó para después desvanecerse como la neblina.

Cerré mis ojos tratando de negar lo que había pasado, las batallas se las gana dialogando, así que vamos a dialogar. Volví a tomar aire y abrí mis ojos.

—¡Señor duende! —alcé mi voz—, ¡exijo que se revele ante mí!

Bueno, la paciencia no es lo mío.

Me di un pequeño paseo por el mostrador para ver si encontraba algún rastro de aquel duende gruñón, pero no había nada. Busqué y busqué y no aparecía. Después de un rato ya no tenía la noción de cuánto tiempo había pasado, pero debía de intentar llamarlo por última vez.

—¡Señor duende! —alcé exageradamente mi voz y esta retumbó escuchándose en eco por todo el lugar.

—Cylio, deja de molestar a los visitantes —dijo un hada de finos cabellos dorados y ropajes de la misma tonalidad atravesando una de las cuatro grandes puertas detrás del núcleo de luz. Se colocó en el mostrador en donde antes se encontraba el duende y me sonrió en tono de disculpa por lo que me estaba haciendo su amigo.

—Yo solo —apareció como si nada a unos metros del mostrador—, hago mi trabajo —se defendía el feo duende.

—Vaya, ¿cuándo cambiarás de excusa? —cruzó sus brazos—. Joven serafín, ¿qué necesita? —me preguntó serena y con tranquilidad en su voz.

—La reina Auret ha solicitado mi ayuda —dije con seriedad.

—¡Cylio! —dijo sorprendida—, ¿has sabido eso y no lo has dejado pasar? —agarró con brusquedad una de las orejas del duende—. Sabes muy bien cómo se pone la reina con los que llegan tarde.

Aunque no me pusieron una hora determinada de llegada, temí por si llegaba a estar retrasado.

—¡Eso duele! —exclamó el duende tratando de zafarse del agarre que estaba teniendo el hada contra su oreja—, él no sabía el nombre de la nación del agua, no lo podía dejar entrar, y si es un intruso, la reina me mataría.

Red Blend - La Corte BlancaWhere stories live. Discover now