VI: Quitando las Espinas

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Llevábamos unos cuantos días en camino a Chiasa, durmiendo en establos cuando nos recibían y colándonos en ellos cuando no lo hacían

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Llevábamos unos cuantos días en camino a Chiasa, durmiendo en establos cuando nos recibían y colándonos en ellos cuando no lo hacían. Los caballos que nos habíamos llevado no estaban bien alimentados, y por lo tanto avanzamos lento, obligados a detenernos cada ciertas horas para que pudieran descansar y beber, mientras Elián buscaba alrededor algo de comida y Bo se sumergía en riachuelos o lagunas cada vez que nos topábamos con una. Su pierna mejoraba a paso lento pero seguro, y aunque todavía cojeaba bastante, la piel sobre la herida estaba comenzando a regenerarse, y había dejado de sangrar definitivamente. Pero no era su pierna lo único que había mejorado, también su humor. La mañana que habíamos dejado su casa ella y Elián se mostraron sombríos y callados, evidentemente enterrando sus propios demonios y peleando con sus recuerdos, pero luego de un rato estando en la marcha, me parecía que Bo había vuelto a la vida, e incluso Elián parecía sonreír con más facilidad y disfrutar la cabalgata.

Durante el día, yo también me sentía bien, y lo hermoso del paisaje lograba que me distrajera de mis pensamientos, maravillada ante lo grande que era el mundo fuera del muro del palacio, imaginando todo lo que podría llegar a ver. Aunque cabalgar todo el día me hacía sentir adolorida y el frío me helaba los nudillos y me agrietaba la piel de la cara, me sentía afortunada de estar yendo en busca de mi madre y de Lily, y siempre que algo amenazaba con ensombrecer mi ánimo, pensaba en que al final del camino esperaba la madre que me habían arrebatado la posibilidad de conocer, y que estaba decidida a recuperar.

Las únicas veces que caía presa de una especie de depresión era durante las noches. Tenía la impresión de que, a pesar de estar exhaustos, ninguno de nosotros era capaz de conciliar el sueño con facilidad. Cuando todo estaba oscuro y solo se escuchaba el cantar de los grillos, mi mente invariablemente volvía al día de mi matrimonio, a las llamas, las balas, la sangre corriendo por mi hombro, los gritos y el caos. Pero nada de eso se comparaba a lo que sentía cada vez que me daba cuenta que la muerte de mi padre era algo que no volvería a llorar, lo que me hacía sentir tan culpable que llegaba a ponerme enferma. Si Bo y Elián escapando conmigo a través de Arcia empezó a disipar mis dudas, ver el Borde con mis propios ojos terminó de erradicarlas. Cuando había leído sobre la pobreza en mis libros, jamás me la imaginé así. Las palabras no le hacían justicia a la desolación que había experimentado en el Borde, donde las casas eran del tamaño de mi vestidor, y estaban construidas con lata y madera en mal estado. Al entrar al hogar de Bo, no podía comprender que estuviera más frío adentro que afuera, o que todo el mobiliario consistiera en una mesa, tres sillas y un sofá. La habitación de Bo era mucho más pequeña que mi cuarto de baño, y su cama estaba llena de irregularidades y durezas que hacían casi imposible el conciliar el sueño. Supe entonces que pasar hambre no significaba que tus comidas fueran pequeñas, sino que no tenías que poner en tu boca. Y que pasar frío no significaba sentir una brisa helada bajo tu abrigo, sino sentir como tus dedos se congelan de tal forma que crees que se van a caer.

Tuve que contenerme todo el tiempo para no romper a llorar. Mi padre había causado esto, el padre de mi padre había causado esto, el padre del padre de mi padre había causado esto, y así hasta un gran número de hombres que decidieron que sus vidas eran más valiosas que las de otros. En ese momento entendí porque Elián y Bo no habían dudado en infiltrarse en el palacio para asesinarnos, y comprendí por qué la rabia de Bo parecía comérsela viva. Nadie merecía lo que habíamos hecho, y sentía vergüenza de lo ciega que me había permitido ser. No podía esperar a que llegara el día en que mi sangre no me llamara, pero hasta entonces tendría que pelear contra la lealtad que insistía en sentir que le debía a mi padre, y a las dudas que me carcomían en la oscuridad. Le había dicho a Bo que le creía impulsada por la culpa, pero la cuarta noche de viaje, mientras me encontraba recostada en un fardo de alfalfa, me prometí a mí misma que le creería antes a Bo y Elián que a mis propios instintos, y que darles el beneficio de la duda sería ley. Siempre me había sentido orgullosa de lo dispuesta que estaba a recibir nuevos conocimientos, ahora era tiempo de darle uso a ese talento y mantener una mente abierta ante todo lo que me quedaba por ver. Esperaba que eso me ayudara a quitarme el enorme sentimiento de culpa del pecho, aunque sabía que sería un largo, largo tiempo antes de que pudiera sentirme tranquila del todo. Aun así, tenía muchas preguntas, y una mañana decidí que aprovecharía las horas de viaje para aclarar algunas de mis dudas. Mi único problema era que me sentía muy intimidada; me sentía ridícula preguntando cosas que todo el mundo debía de saber. Me avergonzaba lo evidente que resultaba para Bo y Elián que había crecido en una jaula de oro.

Garza de Jade (Las Alas del Reino II)Where stories live. Discover now