VII: Urgencia

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El oficial de policía tiró la puerta abajo justo cuando Bo empujaba a Viana por la ventana

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El oficial de policía tiró la puerta abajo justo cuando Bo empujaba a Viana por la ventana. Tras él había otros dos policías, y el dueño de la posada, que nos había entregado.

—¡Entreguen a la Princesa! —vociferó el hombre—. Sabemos que la tienen.

—¿¡Cómo se atreven!? —gritó Bo para ganar tiempo.

—No sabemos dónde está la Princesa —intenté explicarles—. Acabamos de llegar de la comunidad granjera en busca de trabajo. Somos recién casados.

—Buen intento niño —respondió el policía—. Las noticias de la capital llegaron hace días, sabemos que la Princesa está fugitiva, y este hombre la vio llegar ayer. Junto a ustedes dos. Así que, o cooperan con la investigación, o tendrán que pasar su luna de miel tras las rejas.

—¡Fuera de aquí! —gritó Bo, y les arrojó la lámpara de la mesa de noche. Después de eso, todo pasó muy rápido.

—¡ARRESTÉNLOS!

Los policías se lanzaron sobre nosotros, y además de fingir resistencia, no hicimos mucho más por evitar que nos atraparan; los necesitábamos cerca.

—¡AGH!

Bo fue la primera en atacar. Dejó que la tomaran y golpeó con su cabeza la mandíbula del policía, quien la soltó por el tiempo suficiente para que pudiera tomar uno de sus cuchillos. Cuando el hombre volvió a abalanzarse sobre ella, le enterró la hoja en medio de la mano con tal fuerza que la atravesó de lado a lado. El hombre chilló de dolor, y yo aproveché la distracción para doblar el brazo del policía que me sujetaba, tomándolo por sorpresa y arrojándolo al suelo. Bo corrió hacia la ventana, y se cargó su mochila y la de Viana antes de escapar. Yo hice lo propio, encendiendo una pared de fuego para evitar que los policías pudieran seguirnos.

Corrimos con las mochilas golpeándonos las espaldas. La ciudad apenas estaba despertando, ya había algunas personas en las calles, abriendo sus panaderías o paseando a sus perros, pero la gente se apartaba para dejarnos pasar, sorprendidos del escándalo a una hora tan temprana. Tomábamos las calles más angostas que podíamos encontrar, pensando que quizás de ese modo no llamaríamos tanto la atención. A lo lejos, se escuchaba una sirena retumbando por el aire; debía ser la patrulla de policía. Nunca había estado dentro de un auto, pero sabía que nuestra única oportunidad era perderlos, pues eran mucho más rápidos que los caballos, y sí nos seguían el rastro nos alcanzarían sin ninguna duda.

Doblamos por un callejón, pero nos dimos cuenta muy tarde que no tenía una salida. Tras nosotros la sirena sonaba cada vez más cerca, y parecía que no teníamos a dónde ir.

—Levántame —dijo Bo, indicando la ventana de una de las casas. En seguida comprendí lo que tenía en mente, y aunque era arriesgado, no teníamos mucho de dónde escoger.

Hice un escalón con mis manos en el que Bo se apoyó mientras intentaba abrir la ventana. La cerradura cedió y ella se impulsó hacia adentro. Enseguida la seguí, saltando hasta colgarme del alféizar, y levantándome con los brazos hasta encontrarme dentro. El coche de policía se detuvo ante el callejón justo cuando cerrábamos la ventana, desde afuera, todo se veía como siempre. No había ningún indicio de que hubiéramos estado allí.

—Los perdimos —dijo uno de los hombres.

—Sigamos hacia el centro, alguien debe de haberlos visto.

Aliviados, nos dedicamos a mirar a nuestro alrededor. Era la habitación de una mujer, con una cama grande y una vanidad repleta de perfumes y joyas. La cama estaba hecha, y no se oían ruidos en la casa, pero no podíamos confiarnos, debíamos salir de allí pronto e ir por Viana antes de que los policías dieran con ella.

—Registraré la casa —dije—. Tú revisa si hay algo que nos sirva.

Bo sonrío ante la idea. Era la mejor amiga de lo ajeno.

Salí de la habitación sin hacer ruido, caminando pegado a la pared y preparado para lanzar un golpe por si alguien aparecía. Por suerte, nadie lo hizo, aunque abajo podía oír a alguien pasando la aspiradora. Después de un rato, estaba casi seguro de que en la casa solo vivía la dama y su ama de llaves, quien por suerte no podía oírme por todo el ruido del aparato. La habitación principal ya estaba limpia, así que probablemente no volviera a subir por un rato, preocupada de limpiar el resto de la casa. Entré al cuarto de baño, buscando algo que nos sirviera para cambiar la apariencia de Viana. Además de los policías y el posadero, nadie conocía mi cara o la de Bo, pero no tenía duda de que pronto todo Arcia y los pueblos vecinos del Reino de Annde estarían tapizados en la foto de la Princesa. Si queríamos una oportunidad de llegar a Chiasa sin mayores contratiempos, necesitábamos que fuera indetectable.

Escarbando entre los estantes, encontré algunas cosas útiles; tijeras y un frasco abierto de tintura para el cabello que debía ser suficiente para esconder su color caramelo por completo. Tomé además algunas medicinas para el dolor, porque Bo había estado tomando demasiadas y ya casi no teníamos, además más vendas y alcohol para limpiar las heridas. La de su pierna ya estaba cicatrizando, pero con ella era solo cuestión de tiempo para que necesitáramos de aquellas cosas.

—Eli —me llamó Bo desde la puerta—. Mira esto.

Me llevó de vuelta a la habitación, donde había dejado sobre la cama un pasaporte del Reino de Annde y una libreta que había encontrado en alguno de los cajones. Levanté la identificación para mirarla de cerca, y comprendí en seguida lo que Bo estaba pensando: la mujer de la fotografía tenía la piel morena como la de Viana, aunque un poco más oscura, y el cabello oscuro como la botella de tintura que había encontrado, pero no era eso lo sorprendente, sino que sus ojos eran del mismo color ámbar que los de la Princesa.

—Es arriesgado —dije—, pero podría funcionar. ¿Qué hay en la libreta?

—Números de teléfono, de amigos y servicios. Si está mujer es de Annde podría significar la entrada al reino.

—Pero nosotros no tenemos pasaporte.

—No creo que importe —me dijo—. Podríamos pasar por sirvientes. Viana tiene los modales necesarios para que su actuación sea realista. Hay un número aquí bajo el nombre de 'Transportes Maret", pienso que podríamos contratar sus servicios.

—Es una buena idea —concedí—. Pero hay muchos factores de riesgo.

En ese momento, el ruido que hacía la aspiradora cesó, y los pasos del ama de llaves se oyeron sobre los escalones. Dejamos caer las mochilas desde la ventana, y luego nos lanzamos tras ellas. El callejón estaba vacío, excepto por Pyra quien estaba esperando por nosotros sobre la tapa del alcantarillado.

Garza de Jade (Las Alas del Reino II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora