Capítulo 16

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ZELDA

Nos quedamos unos pocos días más en la ciudad, tal y como le había prometido a Link. Sabía que él no podía estarse quieto en un mismo sitio durante mucho tiempo. Solo tenía la paciencia suficiente en casa. E incluso entonces tenía que ir al bosque o al lago o adonde fuera. Y lo cierto era que yo también estaba ansiosa por salir de aquel lugar.

Había hecho todo lo que estaba en mi mano. Ahora solo había que esperar para ver los resultados.

Una semana se cumplió, y entonces empezamos a hacer los preparativos.

Link y yo decidimos repartirnos las tareas. Él se encargaría de cortar más leña y yo, de las provisiones.

—Estaré junto al puente —me dijo una mañana—. Solo hay árboles por ahí.

—No te alejes mucho —le pedí.

Él sonrió y jugueteó con el hacha que le habían prestado. Le dirigí una mirada llena de advertencias.

—Podrás verme desde el otro lado del puente.

—¿No crees que nadie me vaya a atacar?

Su sonrisa desapareció poco a poco, ensombreciéndole el rostro. Me arrepentí de haber dicho nada.

—¿Debería preocuparme? —murmuró mientras miraba a nuestro alrededor.

—No. Claro que no.

—¿Quieres que le diga al rey que te ponga algún guardia para...?

—No —interrumpí con firmeza—. Aquí no hay nadie que pueda hacerme daño. Y, si lo hubiera —añadí al ver que él iba a replicar—, no sería tan idiota para atacarme delante de una ciudad entera.

Acabó suspirando y cediendo, como siempre hacía.

—Ten cuidado —dijo simplemente.

Le di un beso en la mejilla.

—Tú también.

Me dirigió una última mirada y lo observé alejarse por el puente. Descubrí que los guardias apostados junto a la entrada me miraban con los ojos muy abiertos. Hice caso omiso. La voz se correría, pero para entonces ya estaríamos fuera de la ciudad, y los susurros no podrían alcanzarnos.

Fui hacia la tienda. Primero tendría que comprar flechas. Link me había dejado su bolsa de rupias. Odiaba coger su dinero pero, según él, "lo que es mío también es tuyo", así que no le había dado importancia.

Al menos algo sabía de flechas. En la tienda solo había dos mujeres zora. La dueña estaba junto al mostrador. Las saludé con la cabeza al entrar y luego me acerqué a las flechas. Disfruté de una corta calma que duró menos de lo esperado y escuché una exclamación ahogada.

—¿Princesa? —Me giré, y fue como si todas las dudas de la mujer se disiparan—. ¡Oh, de verdad sois vos! Es un honor que estéis en mi...

—Princesa, mi familia y yo hemos decidido ayudar —dijo una clienta—. Mi padre es muy fuerte. Ayudó a restaurar el puente hace cincuenta años, cuando una parte se derrumbó. Os será de ayuda, ya lo veréis.

Me obligué a sonreír, aunque por dentro temblaba con nerviosismo.

—Me alegro mucho —dije. Me aseguré de que la voz no me sonara demasiado aguda antes de añadir—: Vuestra ayuda será bienvenida.

—Yo también iré con mis hermanas —intervino otra mujer—. Nunca hemos salido de la región, pero dicen que hay muchas ruinas.

Asentí despacio.

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