Capítulo 37

1.3K 85 22
                                    

ZELDA

Había estado teniendo un sueño bueno. Uno de esos que hacían sonreír al día siguiente, aunque ni siquiera lo recordara. Pero de pronto algo me despertó de golpe, y por un instante me asusté al ver que todo estaba frío y oscuro a mi alrededor. Sin embargo, luego escuché a Link. Y por último percibí la angustia que nublaba su voz, y el poco alivio que había sentido desapareció.

—¿Link? —murmuré después de ver que la luna seguía en el cielo—. ¿Por qué...?

Él me cubrió la boca con una mano sin previo aviso. Lo miré con los ojos muy abiertos, pero ya no me prestaba atención. Intenté liberarme, esperando que fuera otra de sus sorpresas o una estúpida broma porque había oído el aullido de un lobo, pero entonces algo crujió. No sonó muy lejano. Eran pisadas. Pisadas lentas y pesadas.

Contuve la respiración, y Link también debió hacerlo, porque no movía un solo músculo. Escudriñé la oscuridad, pero no divisé nada extraño. Tampoco podía moverme demasiado; no podía incorporarme porque él me mantenía sujeta contra el suelo, y las piernas parecían habérseme congelado.

Escuché más pisadas, acompañadas de susurros. Estaba horriblemente cerca. Link debió comprender lo mismo cuando se oyó otro crujido de hojas secas, porque se encogió más tras la roca. Me soltó por fin, pero el sonido de mi respiración me pareció ensordecedor, así que me cubrí la boca con mis propias manos.

Los pasos se acercaron un poco más, y apenas pude contener un escalofrío. Me pareció entender otro susurro. Debía estar en nuestro campamento ya. No alcancé a oír el chisporroteo del fuego, por lo que supuse que se había apagado durante la noche.

Tras un doloroso silencio en el que ni siquiera me atreví a respirar, escuché que las pisadas se alejaban. Miré a Link, que se asomó con cautela al otro lado de la roca. Un momento después se dio la vuelta y gruñó una maldición.

—¿Estás seguro? —le pregunté en un susurro.

Me miró por fin, y algo en sus ojos me produjo escalofríos. Iba a cometer alguna locura. Lo presentía.

Asintió lentamente y vi que tenía una mano en torno a la espada. Lo comprendí al instante, y mis peores temores se confirmaron. El clan Yiga. Asesinos. Habían vuelto a encontrarnos.

—¿Qué hacemos? —murmuré mientras me incorporaba con cuidado de no hacer ningún ruido y me escondía tras la roca.

Él se asomó de nuevo.

—Se ha ido por ahí —susurró, señalando las ruinas cerca del templo. Esperaba que nadie más saliera herido—. Ahora tú vas a correr.

—Tú también. Vas a venir conmigo.

—No empieces otra vez.

—No vas a hacerte el héroe. Ahora no.

—Zelda...

Se interrumpió cuando escuchamos otro crujido. Me estremecí. Cuando alcé la vista, el corazón se me congeló al divisar una figura oscura, iluminada por la luz de la luna, observándonos fijamente no muy lejos del campamento. Nos había visto.

—Corre, Zelda —escuché que susurraba Link—. Hacia el bosque. Corre.

Me puse en pie como un rayo y tiré de su brazo con fuerza. Él se puso en pie también. No soltó mi mano cuando eché a correr hacia el bosque, como había dicho.

Link no tardó en ir delante, y yo me dejé arrastrar por él, confiando en sus instintos, corriendo tan rápido como me lo permitían las piernas. Podía ser rápida en ocasiones, si de verdad me lo proponía, aunque nunca solía ser suficiente.

CicatricesWhere stories live. Discover now