Sirena de chocolate

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El fondo del río tragaba mis pies, me enterraba en la mezcla de arena, tierra y escombros hasta por los tobillos y el agua sobrepasaba el nivel de mis rodillas. Sentía agujeros que sangraban por mis piernas rotas y entumecidas, que me costaba ver. El sol estaba en lo alto hacía tanto tiempo que por la fatiga que me provocaba su luz sobre mis ojos tenía la mente turbia y ennegrecida, y no recordaba cuánto; parecía que no conforme con sólo quemar y cegar, el sol con sus rayos golpeaba sobre mis hombros y espalda con tanta potencia que daba la sensación de hundirme más.

Algo nadaba a mi alrededor, pero no podía verlo.

Aun en el límite, jugando entre salir del río por mi cuenta o en pedazos desmenuzados por la bestia que me merodeaba, no iba a verificar por mi cuenta y mis ojos el estado de mis piernas, si mis pies estaban más hundidos o si el agua me estaba sepultando en el fondo de su río. Lo que dolía bien podían ser picaduras de mosquitos, y a mí me bastaba con saber que era difícil caminar. No quería y no necesitaba saber más.

Yo saldría, sobreviviría y sería el trofeo que montara sobre mi cabeza al final de todo.

Seguí avanzando. Más mordeduras o picaduras. La corriente del río y su basura querían derribarme, pero me sostuve. Ahora el sudor se mezclaba con gotas carmesí que brotaban de mi frente y se aferraban a mis pestañas, hasta que bajaban por mi mentón al ser arrastradas por lágrimas y seguían su camino por mi cuerpo que se tornaba más moribundo con cada gota.

"Tengo que salir, tengo que salir".

Yendo río arriba, únicamente me concentraba con la vista hacia adelante. Había aprendido que mirando hacia atrás lo único que lograba era que el agua me tirara en su mugre y me rompiera más. Mantenía la mirada sin apartarla en ningún momento de los árboles verdes que prosperaban a la ribera, hogar y refugio de centenares de aves con cantos y colores en la máxima expresión del gozo de sus alas.

En esas condiciones, me sorprendía tanto cada vez que descubría algún animalito calmando su sed con las despiadadas aguas que a mí me complicaban tanto el avance. Sin embargo, agradecía por verlos, me calmaba de una forma extraña que el río pudiera ser paz para algunos. No sabía si esos animales que veía habían logrado salir del calvario que yo todavía intentaba atravesar, pero siempre se veían tan confiados, expertos al momento de acercarse a beber.

Solamente así, mirando alrededor para distraerme del momento, recordaba que tenía la esperanza de llegar a una canoa. Dicho objeto se me presentaba siempre al terminar largos trechos, especialmente crueles, como una especie de marcador que indicaba el final de esa etapa dolorosa... Lo sentía como una promesa recompensadora: tenía un soporte al frente y llegaría a él si seguía adelante.

La primera vez que la vi fue antes de tener mis piernas destrozadas y mi energía agotada, y cada vez estaba más cerca, me faltaban pasos para llegar a subirme encima.

Me rodearon los tobillos. No era la tierra ni mis pies saliendo de bajo la presión. Se sentían como manos viscosas que sostenían con fuerza y tiraban sacudiendo mis piernas para todos lados, pero misteriosamente no dolía ni me representaba cambio alguno en mi situación. Me zarandeaba y jugaba con mi estabilidad, como el agua hacía sin cesar, hasta que las manos se movieron hacia abajo y penetraron en el fondo en busca del resto de mis piernas. Caí de cara al agua, mis pies rompieron la superficie y sentí aire pasar por entre los dedos después de tanto.

La corriente me llevó y revolvió con lo que arrastraba hasta que, entonces, sentí a mi mano envuelta, y avancé en el río con una cantidad de fuerza que era imposible que proviniera de mi cuerpo.

No era por mí por quien estaba avanzando.

El curso del agua se volvió cada vez más precipitado hasta que se detuvo en un solo segundo y la gravedad perdió los efectos encima de la tierra. No veía, no escuchaba, no tenía tacto, sentía mi corazón latir con ímpetu y era todo lo que tenía para confirmar que seguía viva. Estaba flotando en alguna parte.

Fragmentos del estéreoWhere stories live. Discover now