Spooky Hannie || Minsung

「20」

Definitivamente las cosas no estaban yendo de la manera en que Minho lo había planeado.

—¡Bingo! —gritó Jisung, extendiendo hacia arriba el pequeño cartón con números que tomaba con su mano derecha. El contrario lo miró indiferente—. ¡He dicho bingo, inmundo ser humano, hazme caso y acepta tu derrota!

—Literalmente acabo de decir el cuarto número del juego. ¡Cuarto! —repitió alzando la voz también—. Es imposible que ya hayas ganado.

—Nada es imposible cuando tienes fe, y yo tengo mucha fe en mí —sonríe con suficiencia, mostrando el cartón marcado—. Ves, aquí claramente dice que gané.

—Déjame ver esa estupidez.

Habían pasado un par de días desde que Minho y Chan estuvieron juntos, y aunque Minho había dicho que trataría de ser amigo de Jisung, la verdad era que estaba tratando muy poco. Demasiado poco. Casi nada. Prácticamente nulo. Las cosas eran iguales a como se encontraban antes de saber de él, con la excepción de que ya no peleaban taaaanto.

Más que todo era porque Minho había sido encargado de limpiar la casa hasta dejarla lo suficientemente reluciente como para poder ver su reflejo en el suelo —palabras de la abuela—, por lo que no tenía tiempo ni para ponerse a discutir. Era como Cenicienta pero versión peluda y con espalda ancha. Mientras tanto, Jisung solo se limitaba a ser un maldito estorbo.

El chico estaba en literalmente todos lados. A donde sea que Minho mirase allí se topaba con el rostro curioso del menor analizando cada uno de sus movimientos. Este le hablaba cada que podía, burlándose de su papel de mucama y echándole motitas de polvo a sus zapatos con la intención de fastidiarle un poco. En verdad no hacía nada malo, pero tampoco le estaba ayudando. Eso era estorbar.

Aquella tarde, mientras Minho limpiaba los cajones de un par de muebles en la sala, sus manos cubiertas de guantes dieron con varios juegos de mesa polvorientos, y se vio repentinamente interesado por ello. Por su mente cruzó la idea de que podría jugar junto a la abuela, pero cuando alzó la cabeza y su mirada chocó contra la figura de Jisung pegada en una de las paredes, esperando para lanzarle unas bolitas de papel viejo, pensó que sería una buena opción intentar jugar con él. Así ambos podrían ser amigos, o Jisung podría encontrar un nuevo pasatiempo en lugar de molestarlo todo el maldito rato.

Fue una pésima idea.

Para empezar, lo primero que habían encontrado fue una baraja de naipes,y ninguno de los dos sabía como jugar naipes. Desde ahí todo mal.

Minho recuerda que una noche su madre se ofreció a enseñarle a jugar con las cartas, pero él se negó, argumentando que le parecía tremendamente aburrido. La mujer no volvió a ofrecérselo, y con el pasar del tiempo el chico se arrepintió mucho de no haber aceptado su ayuda. Ahora era un ignorante en aquel tema, y no es que le interesara tanto, pero vamos, no podía decirle eso a Jisung.

Cuando el menor le preguntó como funcionaban esas cosas, terminó por inventarse que las cartas eran para formar estructuras, y que los números plasmados en el cartón eran una simple decoración para que la superficie no se viera tan vacía. Entonces ambos se sentaron en el suelo y comenzaron a construir pequeños castillos que se desbarataban incluso con la más mínima brisa. Al inicio fue divertido, ya que cada uno andaba metido en sus propios asuntos intentando darle rigidez a sus obras arquitectónicas. Sin embargo, pronto el ambiente de tranquilidad se volvió en uno de guerra.

Y es que, los dos chicos eran muy competitivos. Ambos querían ser los ganadores incluso si no había una real competencia por la cual luchar. Si uno lograba aumentar un piso a su construcción, el otro añadía dos más a la suya. Si a uno se le caían las cartas, el otro se mofaba en su cara por su inutilidad. Si uno parecía avanzar demasiado, el otro bufaba con irritación. Y así.